Por Leticia Lettieri
Pasaron nada más que 15 minutos y hay 75 notificaciones en el grupo de amigas. Mari rompió una de nuestras principales reglas: tuvo una cita por primera vez, con alguien que no conocía, en su casa.
Olvidemos la inseguridad de ir a lo de un desconocido y otras cuestiones que no pensamos cuando redactamos las “101 reglas para conocer a alguien sin morir en el intento”. Acá el punto es: ¿Cuánta información estamos en capacidad de recibir por parte de una persona cuando la vemos por primera vez?
Un par de horas de conversación y acercamiento en un lugar público es un plazo muy breve si se trata de recoger y procesar muchos datos para un primer encuentro. Pensar el lugar de la cita y delegar en otros un montón de decisiones: la música en el DJ, lo que queremos beber o comer en el menú, la decoración e iluminación en el bar que funcionará como escenario de ese primer encuentro. La primera cita en un lugar público ayuda a que sólo tengamos que pensar: qué ponernos y cuánto tiempo nos tomará llegar a la hora acordada.
Sin embargo, la pandemia y las restricciones, hicieron que modificáramos nuestro código de reglas amorosas. Mi amiga Mari fue la primera en compartir esta experiencia en el grupo.
¿Qué pasó? La información de lo que a partir de ahora llamaremos @cita desbordó su capacidad de recepción. Su cerebro hizo corto circuito.
Todo empezó en la puerta del edificio, cuando se enfrentó a un portero eléctrico incomprensible. Encontró aproximadamente 25 portones y puertas de ascensores para llegar a la casa. Para cuando estaba en la puerta, ya estaba sudada como un delantero del Atlético y el aroma de su perfume importado se había desvanecido en los 11 pisos de la torre nueva. Después de mucho dudar, pero sin animarse a preguntar qué bebida llevar, Mari compró un Malbec de alta gama. Pero, oh sorpresa. @cita no tenía sacacorchos, tirabuzón o destapador, llamen como gusten a ese adminículo que para mí, y creo que para cualquier persona civilizada, es indispensable.
La elección del atuendo fue otro tema de conversación en el grupo. En un bar, lo que una lleve puesto se pierde un poco entre la multitud y la iluminación que preferimos cálida y tenue. Pero aquí estaba Mari, quien luego de haber seleccionado minuciosamente un outfit ni muy habitual ni muy extravagante, se sentía prácticamente desnuda bajo las luces LED blancas y frías que @cita había comprado para absolutamente todos los ambientes de su apartamento del piso 11.
Durante la pandemia sumamos desafíos, momentos tristes, situaciones complejas y también anécdotas tragicómicas y más o menos divertidas. A medida que retomamos la nueva normalidad, decidimos tomarnos algo de tiempo para mirar a la distancia todas esas situaciones que ahora nos resultan graciosas porque nos decimos que lo que ocurrió en la pandemia quedará en la pandemia… y en nuestro grupo de WhatsApp.
Mantener un acercamiento con un desconocido en un pub es un desafío. Conocerlo en su casa, es una misión que requiere reflexión. Se conocen muchas más capas de la personalidad de alguien en su entorno natural. Los libros de su biblioteca, si la hay. La música que eligió para ambientar el encuentro. Las fotos, tan reveladoras sobre rasgos íntimos del anfitrión.
También son indicios de personalidad cómo distribuye sus muebles; si es ordenado o desordenado; si el baño está reluciente como un jaspe, o hay restos de dentífrico en el lavabo, signos que deberían alertar a cualquiera. Y si la nevera está vacía, queda a criterio de cada quien si huye o no. Por mi parte, doy una segunda oportunidad, muy exigente en materia de vituallas, para coronar el encuentro.
Laura y Fede
Se conocieron en una app de citas. Luego de chatear durante varias semanas, quedaron para verse. Laura ofreció su casa. Por la pandemia, las restricciones horarias, etc., le pareció que sería lo más cómodo. Lo que no tuvo en cuenta es que su refugio se había convertido en un espacio íntegramente adaptado para “home office” y “home schooling”. Es decir, trabajo y más trabajo no apto para la vida social.
Luego de pulsar “send” al mensaje para Fede, echó un vistazo 360 y notó que la mesa era ahora un escritorio. Había despejado la sala completamente para tener espacio suficiente para realizar las actividades físicas. La heladera estaba llena de postrecitos y yogures, para calmar la ansiedad entre comidas. Los cuadros habían sido reemplazados por pizarras y calendarios con los horarios de zoom y los datos de ingreso a las reuniones y clases semanales.
Lo único que relucía, era el mini bar.
Ya no podía echarse atrás. Así que se calzó los guantes y armó algún espacio de relax donde poder charlar sin que se superpusiera el trabajo pendiente. Ordenó y limpió mientras se preguntaba cómo hacer para que el invitado se sintiera cómodo en una casa preparada exclusivamente para los habitantes diarios y sus rutinas.
Mensaje al grupo de WhatsApp: ¿Tendré que pensar en la cena? Porque acordamos una hora temprana, pero en algún momento tendremos hambre y no tengo nada. Debería salir a comprar, pero ya no tengo tiempo para pensar. ¿Y, además: si es vegetariano? Hablamos de muchas cosas, pero no llegué a preguntarle esto. ¿Me cambio como para ir a un restaurante? Sería raro, porque voy a estar en mi casa.
Por otra parte, me gustaría que esto se parezca a una cita. Aunque abrir la puerta totalmente maquillada podría hacerme sentir un poco ridícula. Las respuestas coincidieron en una cosa: abrí el vino, poné música y vestite cómoda. Lo demás debería fluir. De lo contrario, no lo verás más.
Eso hizo. Estaba todo bien. Charlaron de su vida, lo que habían hecho en la semana. Cuando les dio hambre, decidieron pedir unas pizzas y salir a buscarlas. Para caminar un poco. Lo que nunca se hubiera imaginado Laura cuando se hacía todas estas preguntas sencillas, tan solo unas horas antes, es que mientras esperaban sus pizzas se iba a encontrar con su ex. Fede seguía hablando como si nada. Laura quería correr los 100 metros llanos, hacia la dirección opuesta.
Un grupo de WhatsApp que se llame amigas en la adversidad y en la prosperidad.
Mediaslunas de dátiles y nueces