La octava edición del Festival Estéreo Pícnic arrancó anoche en Bogotá tras un potente aguacero, una temperatura otoñal y una selección musical con marcado acento anglosajón.
El olor a hierba húmeda, el ambiente campestre y la victoria de la selección de fútbol de Colombia por la mínima ante Bolivia, auguraba un tarde/noche festiva en este evento que ha encontrado su espacio propio entre los festivales musicales del sur de continente americano.
Para empezar, el público, calzado de botas de agua, paciencia para el trancón -atasco de acceso al parque 222-, y pisando barro, llegó con la mejor de las actitudes. Esto es: El Estéreo Pícnic es un festival ecléctico, atípico y simpático para la región, y donde uno puede lucirse con tatuaje y barba en las redes sociales.
Nada de aguardiente, arepas con queso o sombreros volteados, el Estéreo Pícnic es una isla musical en la vida normal de Colombia. El listado musical así lo requiere.
Para empezar, en la jornada inaugural, bandas autóctonas como Seis Peatones -guitarras distorsionadas en la puesta de sol- o el pop «electrocósmico» de Sagan, empiezan a empujar los cuerpos.
Es el momento también para ver las distintas alternativas comerciales que algunas compañías muestran aprovechando un público moderno, con idiomas y capacidad adquisitiva.
Cuando cae la noche, la fiesta se acelera. Cage The Elephant, banda estadounidense ganadora este año con el Grammy al mejor álbum de rock con «Tell Me I m Pretty», congrega a la afición.
Su cantante, Matt Schultz, confirma que es uno de los de los que se dejan la piel, gusta al respetable -masculino y femenino- y transmite eso que en su día se llamó esencia del rock.
El ambiente «rockerista» se mantiene con la banda puertorriqueña Aj Dávila. Garage Pop, mucha actitud y poco público.
Nada que ver con la afición que sacó los «cuernos» con Rancid, banda estadounidense que dejó la cresta punk por la calva del «Quinto Piso» pero que mantiene el espíritu transgresor casi 20 años después al destilar canciones como «Time Bomb»o «Fall Back Down»,
Eso sí, después de este descaro adrenalínico y guitarrero, la fiesta se tornó a negro.
Los que en su día se llamaron la familia Adams del pop británico, The xx, silenciaron con sus melodías insobornables y su dominio del espacio el escenario principal del Estéreo Pícnic.
Tres personas, vestidas de negro, con efectos luminosos, y mucho oficio, demostraron que ser triste no es un problema cuando entiendes que bailar es una opción válida de supervivencia.
El público así lo entendió y con ganas fiesta coreaba éxitos como «Islands» o «Say something long» y lo que hiciera falta. Estos chicos se han vueltos más luminosos y más disfrutables.
En esta línea, los canadienses Bob Moses hicieron de puente y mantuvieron el ritmo entre un público entregado y con ganas de seguir en el estilo de medio tiempo, ritmo profundo y estribillos fáciles.
El plato más esperado era el último chico malo del R&B, The Weeknd. Funk para todos los públicos, ganas de agradar, y respeto a los mayores. Ese es Abel Testafe, un cantante canadiense, de 27 años, que se encuentra justo en el momento de recoger los huevos de la gallina de oro de la música para todos los públicos.
En el Estéreo Pícnic no defraudó empujado por una afición con ganas de diversión, en zona húmeda pero con el cielo despejado.
Los fuegos artificiales espantaron las nubes a la espera de la siguiente tormenta musical: Justice, el histórico dúo francés que, por si acaso, actuaban bajo techo.