A sus 64 años Cristina mira con entusiasmo las albacas que tiene sembradas a un costado de la cerca. “Cultivar aquí ha sido difícil porque la tierra de Puerto Colombia no se presta mucho que digamos, pero ahí vamos con cúrcuma, ahuyama, patilla…”, dice mientras sigue observando el pequeño huerto casero. Su casa (una humilde construcción en madera, de un cuarto y una cocina) está ubicada sobre una de las invasiones que se alzan sobre la montaña del municipio costero. Desde su patio delantero se puede apreciar el imponente mar Caribe, manchado por la franja marrón que va dejando el río Magdalena sobre él. Es aquí donde se preparan las exquisiteces de Sol y Luna: un restaurante vegetariano dirigido por cristina, que alimenta de manera saludable a estudiantes de la Universidad del Atlántico.
Llegué pasada las diez de la mañana en compañía de mi novia y de un amigo, Carlos Arévalo. Hace tan solo quince días había estado en el mismo lugar por invitación de Arévalo, trabajando en un horno de barro (biocontruccion), en la cocina de Cristina. En el lugar conocí a Luis y Camila, dos voluntarios que desde hace dos meses viven en casa de Cristina. Ella me explica que muchas personas cambian trabajo por estadía y comida.
Diariamente cristina recibe los encargos de comida en un grupo de whatsapp que tiene habilitado para tal fin. Desde muy temprano comienza su faena. Sabe con exactitud qué menú va a preparar, pues desde la noche anterior viene planeándolo. El restaurante se inició hace dos años. Hasta entonces, Cristina se había dedicado a la venta de artesanías. Notó que los vegetarianos como ella no tenían dónde comer a buen precio. “Un día, sentada en la puerta de la Universidad del Atlántico, dos amigas se me acercaron —cuenta— y vieron lo que estaba comiendo. A mí siempre me ha gustado comer rico. Me preguntaron que si podía hacerles los almuerzos y yo les dije que sí. Así comenzó todo”.
Le pregunto cuál es su secreto para cocinar así de bien. A lo que contesta con una sonrisa: “El secreto está en el amor con el que uno cocine”. Desde el primer bocado, uno puede notar las inflexiones del sabor en una variedad extensa de vegetales, granos, cereales y semillas. Una ecualización culinaria entre olor y presentación, que además provoca una reacción placentera y positiva en el cuerpo, como si el propio organismo reconociera, desde el mismo momento en que se produce la ingesta, los beneficios que se esconden tras su preparación.
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