Dicen los cariocas que el carnaval es el mejor momento para «soltarse» y «liberar los demonios». Este año no será una excepción, aunque Río de Janeiro celebra «la mayor fiesta del mundo» con una crisis sin precedentes que ha impactado también en las ventas de adornos y «fantasías».
En Río ya se respira el carnaval, con samba y desfiles de «blocos» (comparsas) y cariocas «fantaseados» (disfrazados) en las calles, a la espera de las grandes noches del Sambódromo, entre el 26 y 28 de febrero.
Los empresarios estiman que el carnaval moverá unos 2.400 millones de reales (unos 770 millones de dólares) en Río de Janeiro, cerca de un 6 % menos que el pasado año y la peor recaudación de los últimos tres años.
Es la temporada fuerte para las tiendas de venta de disfraces y artículos de fiesta, que, como otros sectores, han sufrido el impacto de la recesión que sacude a Brasil y de la severa crisis de Río de Janeiro, que declaró el estado de «calamidad financiera» en junio pasado y no ha logrado superar el revés.
Miles de funcionarios del estado de Río han visto congelados o reducidos sus salarios; la administración ha fraccionado y retrasado los pagos; más de 11.000 comercios han cerrado en el último año y decenas de miles de trabajadores se han quedado sin empleo.
En la zona comercial de Saara, una de las más populares de la ciudad, las tiendas exhiben los disfraces más coloridos para atraer la atención de los clientes y tratar de remontar la caída en las ventas de los últimos meses, que los vendedores cifran en una media del 30 %.
Las «estrellas» de las «fantasías» infantiles son dos personajes animados: Ladybug (Prodigiosa) y Moana (Vaiana), seguidas de cerca por el Capitán América y otros superhéroes, mientras los adultos suelen quedarse con máscaras, gorros o tocados para la cabeza.
En Saara pueden encontrarse sombreros de plástico desde 1 dólar en adelante y disfraces por 25 dólares, aunque los más elaborados no bajan de los 100 dólares, sin contar con los tradicionales penachos de plumas de vistosos colores, que pueden superar los 150 dólares.
«Con la crisis, el brasileño está más consciente, dejamos de comprar para nosotros pero para nuestros hijos siempre damos un poco más», apunta Jacqueline Veiga, trabajadora en una de las tiendas de ventas de fantasía, donde, admite, los ingresos han caído un tercio en los últimos meses.
Maria Rita Evangeliça, empleada de otro establecimiento especializado en fiestas, estima que la caída es de un 50 %.
«Antes la tienda estaba llena y ahora solo te encuentras dos o tres personas», lamenta Rita, que asegura que «ahora se compran cosas más baratas», con una media de gasto de unos 20 reales por cliente (6 dólares).
Los jóvenes Lucas dos Santos y Paulo Henrique Marin consideran que la crisis no es obstáculo para cumplir con el carnaval y se disponen a gastar unos 700 reales (225 dólares) cada uno en tres disfraces, porque «vamos a estar un mes de fiesta».
Marcelo Servos, de Casa Turuna, una tienda emblemática de Saara, con más de cien años de historia, no ha sentido el impacto de la crisis pese a que, reconoce, los precios han subido alrededor de un 10 %.
«No tenemos problemas con la crisis porque este año el carnaval queda más lejos de enero. Hemos tenido suerte con las fechas porque cuanto más lejos de enero, mejor», apunta.
La clave del éxito de la tienda está en la variedad: «Más de cien modelos de disfraces femeninos y entre 30 y 40 masculinos».
En uno de los probadores de la tienda, Marina, una joven argentina, se prueba un atrevido disfraz cargado de pedrería de colores y un inmenso tocado de plumas en la cabeza.
«Me encanta lo que hacen en el carnaval de Río y quiero llevarlo a Argentina. Allí no tienen estas cosas. Prefiero este disfraz a otros porque el carnaval es calor y me gusta más la imagen de la mujer brasileña, con sus plumas, es como tribal, indígena», explica.
Muy cerca de Marina, dos amigos cariocas bromean mientras se prueban un penacho de plumas.
«¿Por qué nos disfrazamos?», responden cuando se les pregunta, «porque el carnaval es vida, es desorden».