Jaime Ortega Carrascal
Valledupar (Colombia), 27 abr (EFE).- En una calle del barrio San Joaquín de Valledupar, casi escondida entre frondosos árboles, una casa guarda un tesoro como pocos en el mundo, el Museo del Acordeón, instrumento europeo que encontró un templo en el caribe colombiano.
Son 51 acordeones y bandoneones de distinta procedencia que forman parte de un acervo de casi 200 piezas relacionadas con la música vallenata, recolectadas y rigurosamente clasificadas por el compositor Alberto «Beto» Murgas, dueño, curador y guía del museo junto con su esposa Rosa Durán.
«Tenemos acordeones de diferentes países, como la República Checa, Alemania, Italia, Rusia, Austria y también fabricados en Valledupar, pero los que más tenemos son los Hohner, porque ese es el que se identifica con nuestra música, con nuestra cultura sonora», manifestó Murgas a Efe.
En Valledupar, considerada la «capital mundial del vallenato», música típica de la costa atlántica de Colombia, el acordeón se convirtió en el instrumento más popular debido a que en el siglo XX sustituyó a las gaitas indígenas que desde tiempos prehispánicos se usaban en este género.
«El acordeón fue inventado en Europa en el siglo XIX y es como si nosotros lo hubiéramos mandado a hacer porque ejerce la funciones de la flauta hembra con los pitos, que es la que da la melodía, y la flauta macho con el bajo, que es la que resalta el ritmo», explica a Efe uno de los mayores conocedores de la génesis del vallenato, el historiador Tomás Darío Gutiérrez.
El recorrido por el Museo del Acordeón comienza con una explicación de Murgas sobre el «sheng», instrumento musical de viento que surgió en China unos 3.000 años antes de Cristo y que es un antepasado del acordeón.
Murgas explica que como compositor de vallenatos empezó a coleccionar acordeones para darse «satisfacciones personales», hasta el día en que un comerciante panameño de origen chino le obsequió un «sheng» y fue cuando decidió crear el museo, que abrió en 2013.
«Cuando él me dejó ese instrumento se me vino a la cabeza que yo tenía que hacer un museo, porque, si tenía el primer instrumento que tiene el principio sonoro del acordeón, Dios me estaba poniendo algo en el camino», afirma.
Erudito en la materia, Murgas se conoce la historia de cada uno de los instrumentos del museo, como los de «tipo germánico» que datan del siglo XIX y que cuando llegaron a Valledupar fueron bautizados coloquialmente «tornillo de máquina» porque tienen unas válvulas que los músicos de entonces encontraron parecidas con los tornillos de las máquinas de coser.
«Me dediqué a buscar esos instrumentos porque son la base de nuestra leyenda, la de Francisco el Hombre, que se hizo con uno de esos», afirmó, y cumplió el sueño cuando un amigo le trajo un «tornillo de máquina» de Chicago (EE.UU.)
La leyenda del vallenato, que da origen al festival que cada año por estas fechas se celebra en Valledupar, cuenta que Francisco el Hombre era un juglar que una noche oscura se encontró en un camino con el diablo que tocaba melodías más hermosas que las suyas y al que finalmente derrotó interpretando el credo al revés con su acordeón.
El personaje de Francisco el Hombre alcanzó tal importancia en el norte de Colombia que Gabriel García Márquez lo cita en «Cien años de soledad» como «un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo».
El nobel colombiano, amante del vallenato, también está en el museo en una galería fotográfica de grandes maestros, presentado como «El juglar del realismo mágico», junto a compositores como Rafael Escalona, amigo de Gabo, o Leandro Díaz, autor de «La diosa coronada», uno de cuyos versos es citado como epígrafe en «El amor en los tiempos del cólera».
El acervo incluye también una colección de armónicas, varias de cuyas piezas fueron donadas por la casa alemana Hohner, y entre ellas una especial con campanillas externas para la ejecución de «Jingle Bells».
Hay además fotografías de los reyes del Festival de la Leyenda Vallenata, que esta semana celebra su 49 edición, de grandes intérpretes, carátulas de discos clásicos y aparatos de reproducción musical a lo largo de la historia.
Según Murgas, parecidos a su museo solo hay el Aconetani, en Buenos Aires, y el de Castelfidardo (Italia), que tienen otro concepto porque son de fabricantes y no tienen el aura de leyenda del de Valledupar.