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Publicado 9 marzo, 2016

De todo el daño que medio siglo de conflicto armado ha causado a los indígenas de Colombia, el peligro de olvidar sus tradiciones, difuminadas tras décadas de desplazamientos, es la última consecuencia inaceptable para varias etnias de la región del Guaviare, que se han organizado con ayuda internacional para recopilar y blindar sus raíces. El selvático Guaviare, en el sur del país, es un inacabable paisaje verde cuyo territorio se divide en un 42,9 % en Zonas de Reserva Forestal y otro 48,3 % repartido en dos Parques Nacionales Naturales, una vasta extensión en la que habitan 14 etnias en 33 asentamientos, una población cercana a 6.000 personas.

Los Nukak, los Jiw y los Tukano son tres de esas etnias, tres comunidades que se han movilizado para preservar sus raíces culturales y evitar que estas sean destruidas por el conflicto armado, que los ha sacado de sus territorios y en muchas ocasiones separado, lo que ha impedido la transmisión de conocimientos. Las prioridades cambian según el grupo, siendo para los Nukak imprescindibles las habilidades de caza y pesca diseñadas y perfeccionadas durante generaciones que luchan por mantener desde la explanada en la que viven desde hace más de 15 años, cuando fueron expulsados de las tierras en las que vivían por grupos armados.

Los Nukak son nómadas, y por tanto les resulta fundamental tener la capacidad de alimentarse en cualquier lugar, algo que esta suerte de campamento amenaza con hacerles olvidar. Los adultos intentan evitarlo enseñando a los jóvenes a utilizar una cerbatana, sin olvidar parte de su arte como el de elaborar sus distintivas pulseras, una transmisión de conocimientos en la que colabora desde septiembre de 2014 la ONG Hilfswerk Austria con financiación de la Unión Europea (UE).

El proyecto, que se extenderá hasta septiembre de este año, cuenta con un presupuesto de 1,7 millones de euros (unos 1,9 millones de dólares), de los cuales la UE ha aportado alrededor del 90 % y en el que también participa el gubernamental Departamento de Prosperidad Social (DPS). Con esos recursos, los Nukak tienen ahora una escuela de artesanía, además de ver en la organización austríaca a un valioso intermediario para hablar con la comunidad campesina y mejorar el entendimiento mutuo. «Nosotros les ayudamos a que no pierdan sus costumbres.

El desplazamiento les hizo perder las cosas corrientes», cuenta a Efe José Luis Bociga Sandoval, coordinador técnico de Hilfswerk Austria. La artesanía forma parte de todos esos «saberes y haceres» que la organización pretende ayudar a preservar, como también lo son la lengua, bailes y música ancestral, gastronomía e incluso la formación de payés de los Jiw, guardianes de la medicina indígena. Los hermanos Arturo y Carlos Rodríguez son una eminencia en ese campo, que temían se perdiera para las nuevas generaciones pero que ahora enseñan a ocho aprendices de doce años; si se aplican lo suficiente, dentro de casi dos décadas los alumnos habrán completado su formación y sus conocimientos milenarios estarán a salvo.

«Les mostramos cómo rezar para que venga la suerte y no vengan los peligros. Para que llegue la lluvia y saquen las enfermedades de la gente y preparar el yagé y el yopo (plantas de conocimiento)», explica a Efe Arturo, que ha visitado varias aldeas cercanas para aplicar la medicina indígena, que ya muy pocos conocen. No muy lejos de allí, en otro resguardo, se encuentra la casa de Arlety Quiroz, indígena Tukano que lleva 20 años tejiendo cuidados bolsos que ahora enseña a elaborar a niños de su comunidad. «Hilfswerk me llamó y me preguntaron si estaba interesada en trabajar con niños, buscaban a la gente que tuviera más conocimientos en el asunto y acepté», recuerda.

Las clases duraron seis meses y ahora se trabaja para comercializar los bolsos y que su elaboración sea una alternativa sostenible para parte de la etnia y, poco a poco, poner en valor la cultura indígena. Se busca, en último término, que a partir de las propuestas de estas etnias se puedan formular políticas públicas que reconozcan esos valores propios y los protejan para que, una vez llegue la paz, sus raíces se recuperen de la violencia y vuelvan a desarrollarse con salud en tiempos de paz.

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