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SEXO

Publicado 22 febrero, 2016

Dicen que el clítoris es el timbre del diablo, y puesto que “queda en el oído”, basta llamar con una palabra sucia para invocar lo más tenebroso y perverso de una mujer. 

 Si valiéndose de palabras dulces, un hombre es capaz de suavizar el carácter agrio de una fémina que no cede fácilmente, con el lenguaje ardiente puede soltarle las riendas a un ímpetu que solo está a la espera de un punto de fuga para aflorar y saltar a la cuna de lo prohibido, liberar al Cerbero, abrir la caja de Pandora.

Del mismo modo en que soltamos una injuria cuando una puerta nos magulla los dedos, perder los estribos en la cama es la licencia para actuar como maniáticas e indómitas, pisotear el manual de urbanidad de Carreño, revolcar el vestido de princesa en el lodo y ensuciarnos la boca con los términos prohibidos.

Este ápice de irreverencia proporciona en nosotras las damas una sensación de clandestinidad. Es un flirteo casual con el demonio, seguido de la catarsis de volver a ser una noble e inocente angelita.

El sentido liberador del ‘dirty talk’ (como se le conoce en inglés) y la respectiva ebullición libidinosa a la que conlleva, tiene un componente psicológico que lo justifica. Los estudios más recientes del psicólogo Richard Stephens, de la Universidad de Keele en Reino Unido, aseguran que decir malas palabras activa unas sustancias denominadas opioides, que funcionan como analgésicos naturales, alivian tensiones y reducen el dolor de las inyecciones. En el estudio se analizaron edades y géneros, y se reveló que las mujeres somos quienes menos pronunciamos obscenidades.

Por su parte, la psicóloga Haychelt Benito Revollo nos explica las ventajas del lenguaje emocional. “Por experiencia terapéutica puedo asegurar que el desahogo con energía y con la intención de expulsar lo que se tiene reprimido es algo sanador. No necesariamente deben ser frases picantes, aunque estas últimas permiten al hombre y a la mujer conectarse con su parte animal, con su esencia natural, y de esta forma incrementar su autoestima en la intimidad. Tenemos el impulso de hablar sucio en momentos de estrés, frustración o excitación  porque hemos sido educados en una cultura donde esto es sinónimo de autoridad, de atreverse a romper las reglas, de rebeldía, y en muchas ocasiones es la única herramienta que tenemos para defendernos”.

Por el lado de quienes han estudiado las respuestas sexuales del ser humano, está la teoría de que decir o escuchar mensajes calientes estimula la transmisión de dopamina, una hormona relacionada con el placer, el deseo y la satisfacción. El sexólogo y docente en Sexología Clínica Ezequiel López afirma que la estimulación verbal incluso funciona para tratar la anorgasmia y otras disfunciones. “Los terapeutas sugerimos en estos casos el uso de este tipo de recurso verbal-auditivo. Las mujeres son más auditivas que visuales, por lo tanto la escucha puede ser un desencadenante erótico muy efectivo. Tiene que ser en el momento preciso, y teniendo en cuenta que sea del agrado de ambas partes, lo que implica el desarrollo de la empatía y un poco de ensayo y error. Ciertos términos fuertes son efectivos si son utilizados con tacto, y al revés, a veces hablar muy tierno y romántico cuando la situación exige más crudeza, es contraproducente. Cuando una mujer escucha o emplea el ‘dirty talk’ se conecta mejor con sus sensaciones, aleja los pensamientos negativos, y si le agrega otro tipo de expresión oral como gemidos, está estudiado que se potencian sus orgasmos”.

La sexóloga, escritora y presentadora de televisión Flavia Dos Santos coincide en que es primordial conocer las preferencias de la pareja. “Las palabras sucias son bienvenidas en cualquier encuentro sexual, pero se debe averiguar antes si a la otra persona le agradan, porque de lo contrario podría sentirse violentada. Una voz lo más sensual posible resulta sumamente estimulante, no solo para la respuesta sexual, sino para la imaginación, las fantasías y la liberación del pensamiento. Incluso, cuando algunas parejas están distanciadas practican un sexo netamente verbal a través del teléfono, y esto resulta tan excitante que les permite alcanzar el orgasmo con la masturbación”, explica la experta carioca.

A mi juicio, el glosario lujurioso es como la coctelería, con un amplio abanico de sabores y placenteros contrastes. Una rodaja de durazno maduro en el borde de una exquisita Spicy Lichee Margarita, cargada de salsa tabasco, es como una oración picante dicha al oído con voz acaramelada, de consentida; el paladar agridulce de una Caipiriña, con dosis extra de limón, y suaves sorbos de azúcar ascendiendo desde el fondo, equivale a un comentario de doble sentido para que el sujeto en cuestión lo interprete a su conveniencia; un mensaje de texto erótico hace arder el cuerpo como un shot de vodka puro, y el acento de un extranjero resulta tan irresistible como un licor importado y exótico en los labios. Todo esto está a nuestra disposición en la barra.

Al igual que sucede con la bebida, una vez se le toma el gusto al ‘dirty talk’ es difícil sentir que la fiesta está completa sin su presencia. Y por cierto, el hecho de que una vez rotas las ataduras bajo las sábanas degustemos los sabores picantes y ácidos que por lo general evadimos para dar lugar al azúcar refinado, no significa que seamos vulgares. “Vulgar” es un adjetivo que define a las personas sin cultura ni educación, pero abrirle las puertas a un repertorio de expresiones sustanciosamente carnales no nos resta ni un gramo de inteligencia. 

Tampoco somos groseras porque no pretendemos ofender a nadie. No decimos vulgaridades ni groserías; alteramos el vocabulario con fines eróticos y utilizamos un dialecto subido de tono que injustamente es visto con hostilidad en las damas, al igual que otras acciones como fumar, beber o incluso vestir con minifalda. 

Pero, sin lugar a dudas, el fin justifica cometer la infracción: indicar qué es lo que queremos, mostrar admiración por el compañero y manifestar que estamos siendo complacidas. Sin embargo, muchas mujeres prefieren cohibirse y refrenar el impulso irreverente de exclamar sin pudor, y prefieren irse por el camino austero con frases como: “Pon tu pene en mi vagina”.

En el otro extremo están las que intentan copiar la lingüística prefabricada de algunas actrices porno, que repiten las mismas tres líneas en todos sus videos. La estrella manizaleña de los filmes triple X, María de los Ángeles Vacca, está en contra de los esquemas y cuenta el efecto que el lenguaje fluido tiene en su trabajo. “En principio, me ayuda a apoderarme de mi papel, complementa el erotismo de la escena y, si es recíproco, logra que el espectador se excite más. Esto me adentra en un éxtasis de pasión y fuerza. Por lo general, no tenemos un libreto, usualmente se improvisa y se deja que la escena fluya con naturalidad”. 

A mi parecer no está mal tomar a las chicas del cine para adultos como punto de referencia para mancillar un poco el léxico, pero estoy de acuerdo en que seguir un guion rígido sería contraproducente, pues anularía ese aroma a libertad que despide el glosario impúdico. “La terminología depende netamente del actor, aunque se tiene en cuenta el tipo de personaje: si la chica es inocente o Lolita, emplea un lenguaje más ingenuo. Cuando no estoy actuando, sino en la intimidad con mi pareja, también empleo el ‘dirty talk’ porque los hombres esperan que la mujeres seamos tímidas y reservadas, pero a mí me encanta sorprenderlos con juguetes, palabras ‘hot’ y posiciones que no se esperan. Eso les da confianza para hablarme sucio también y que ambos nos excitemos más”, apunta la actriz.

Los hombres tampoco están exentos de trastabillar al momento de abrir la boca. En cierta ocasión, en pleno preámbulo, le ordené a un sujeto que me hablara sucio, aludiendo a que eso era lo que necesitaba para que mi libido hiciera combustión. El lamentable resultado fue que su erección se esfumó para más no volver, y él me confesaría tiempo después que se había sentido tan presionado como cuando su profesora de primaria lo pasaba al frente a recitar la lección.

Esto me llevó a concluir que desde ninguno de los dos bandos se debe exigir el ‘dirty talk’ sin que este se genere de manera espontánea. Abrirle las puertas al Cerbero antes de tiempo e intimidarlo con un látigo, haría que se redujera a un conejito indefenso en su madriguera. 

Por último, confieso que hoy se me antoja hospedarme en el hotel de las perversiones. Me apetece embriagarme, así que lo primero que haré será ir al bar y solicitar una copa escarchada con pimienta roja, y aderezada con un par de jalapeños.

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