EL PUNTO ES EL CLÍTORIS
“Lo primordial es conocer tu propio cuerpo”, “la comunicación con tu pareja es esencial para hacerle saber lo que te gusta”, “relájate y déjate llevar por el momento”. ¡Cómo me hastían esas frases cliché, cuya supuesta intención es ayudar a lograr el orgasmo! Pero en cierta ocasión, mientras departía con un par de amigas solteras en el bar lounge de un hotel, las repetí como toda una erudita en la materia.
—Una noche tuve cinco orgasmos en un solo polvo —presumió Milena—. Cuando tuve el quinto, no lo podía creer, sentí como si me hubiera desconectado de la realidad por unos segundos.
Estuve a punto de objetarle que un encuentro no se mide por la sumatoria de venidas, pero Sofía se me adelantó y tomó la palabra.
—Yo he logrado tener tres en total —dijo, y bajó la voz hasta susurrar—. Pero lo bueno es que fueron uno trás del otro, pegaditos, tanto así que terminé temblando en la cama por un buen rato…
Aunque no me creí la magnitud de sus alcances sexuales, no me podía quedar atrás.
—Yo una vez tuve un orgasmo squirt —mentí muy oronda, y ambas me miraron perplejas—. Tanto Aquiles como yo quedamos sorprendidos.
Lo describí como exquisito y fenomenal, el clímax máximo, un estallido de placer líquido. Y al ver que había captado toda su atención, puse mi mejor cara de sabionda y les expliqué amablemente que el squirt se logra estimulando el punto G, levantando las piernas un poco y dejándose llevar por una sensación similar a las ganas de orinar.
En mi afán de fanfarronear, oculté que la eyaculación femenina me parece una utopía que se originó en los videos pornográficos, que con frecuencia muestran a una chica convulsionando mientras que de su vagina regurgita una fuente de “sustancia misteriosa”. Podría jurar que tragar entero todo lo que muestran las películas de una industria empeñada en exagerar las reacciones normales del cuerpo, equivale a creer que existen carros que vuelan rápidos y aterrizan furiosos.
En aquella velada, mientras mis amigas y yo no escatimábamos en adoraciones al punto G, en gratitudes por los orgasmos múltiples y el placer desmesurado que nos regalaba, me di cuenta de que todas éramos aldeanas del cuento “El traje nuevo del Emperador”.
Según esta historia de Hans Christian Andersen, nadie en el pueblo era capaz de ver el magnífico atuendo que vestía el mandatario, debido a que no había tal. No obstante, ningún ciudadano se atrevía a admitir que no veía el traje, porque supuestamente solo aquellos que fueran competentes en su trabajo podían apreciarlo. Así que todos adulaban la maravillosa e inexistente prenda.
¿Qué iba a imaginarse el doctor Gräfenberg, el “descubridor” del enigmático punto G, que en su nombre iban a nacer tantas generaciones de mujeres atormentadas por no poder encontrarlo? A lo mejor la esposa del ginecólogo era digna de un Oscar en fingir que se venía, porque apuesto a que, si él hubiera sido mujer, no habría podido hallar la codiciada zona en su propio cuerpo.
De niña me abrumaron con los cuentos de la Llorona y la Patasola, y en la vida adulta con el punto G, esa mística región erótica, esa Atlántida de la intimidad que no se sabe si desapareció o si nunca ha existido.
Pues, al menos yo ya tengo una tarea menos que hacer desde que dejé de buscarlo. Y en cuanto al squirt, antes pensaba que la actriz porno orinaba con fuerza mientras fingía un disfrute estratosférico, pero por estos días creo que es posible a nivel físico. Aunque no lo he experimentado, no me parece descabellada la posibilidad de que, al estimular las glándulas de Skene, ubicadas cerca de la uretra, se pueda segregar un abundante líquido transparente. Eso sí, ¿por qué darle el crédito al punto G o asumir que este fluido es sinónimo de orgasmo?
¡Ya no más parejas frustradas! Hace poco leí que un grupo de expertos estadounidenses explicó en la revista Clinical Anatomy Review que el orgasmo vaginal no es viable ni fisiológica, ni anatómica, ni biológicamente; que el término punto G solo sirve para sembrar la confusión y no cuenta con base científica alguna. Así mismo, el artículo explicaba que el clímax de la mujer se desencadena a partir de los órganos eréctiles de la vulva, es decir, del clítoris.
Por ende, no existen mujeres frígidas ni anorgásmicas, sino aquellas que pasan por alto el verdadero foco del placer por estar buscando otra cosa en el recóndito túnel que tiene por escondite. Son mujeres que se rigen por la patraña de aquel mapita típico del interior de la vagina, que indica cómo introducir dos dedos flexionados, “y cuando palpes algo parecido a una nuez, ¡oh, eureka!, estarás tocando el punto G”.
La fórmula es mucho más sencilla; el clítoris está ahí mismito, a la orden del día, al alcance de la vista, de los dedos, de los besos, sin necesidad de un manual gráfico para encontrarlo. ¿Para qué mortificarse con un punto más escondido que Wally, en vez de ir a la segura?
Y volviendo al squirt, creo que mi conciencia no estará tranquila mientras siga bañada por el chorro de la gran mentira que dije aquella vez.
¿Quieren un orgasmo? Estimulen el clítoris.
No existe el punto G.
¡El rey está desnudo!