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ACTUALIDAD

Publicado 13 mayo, 2018

El gineceo

Cinco escritores y periodistas nos refieren en pocas palabras sus historias más conmovedoras con sus madres.

Radio Tiempo

Paul Brito (Editor de ACTUAL)

Hubo un tiempo en el que mi madre se encerraba todas las tardes a escuchar Radio Tiempo. Me gusta ese nombre; de hecho, nada como el ritmo ansioso de las baladas para aludir a la naturaleza del tiempo, sus pausas hondas, su materia viscosa, su gradual acumulación. La cuestión es que mi madre se metía todas las tardes en un cuarto a mecerse y tararear las canciones de Paloma San Basilio, Rocío Dúrcal o Ana Gabriel, luego de trabajar toda la mañana como profesora.

En esa época mi padre estaba viviendo en España, pero a mi madre no le entusiasmaba mucho su regreso. Y yo me preguntaba entonces en quién pensaría cuando escuchaba esas canciones de amor, quizá en un viejo recuerdo de mi padre cuando aún estaban enamorados o en otro hombre que conoció antes, en un amor imposible tal vez. Quizá simplemente le gustaba la cadencia de aquellas canciones porque le ayudaban a relajarse y olvidar por un rato los problemas de la casa y la bulla de los niños en el colegio.

Pero yo sentía que a mi madre se le iba el tiempo en ese cuarto añorando otra vida, otro mundo, otro tiempo, soñando quizá con el silencio; y a mí se me iba un poco también oyendo su voz alargada como un lamento, adelgazada como un suspiro, igual que las sombras al final de la tarde o como se alarga y adelgaza el eco de este mismo recuerdo.

Hotel Mamá

John William Archbold (Periodista de ACTUAL)

Hoy mencioné en una conversación que este año cumplo 28, y alguien dijo jocosamente que debía ponerme las pilas, porque no era buena idea que los 30 me sorprendieran viviendo con mi mamá. La verdad, ese hecho me tiene sin cuidado, no tengo ningún plan o interés de irme a vivir solo. No me da vergüenza ser, en teoría y práctica, “un niño de mami”, y a medida que pasa el tiempo me he vuelto más dependiente de ella. Después de leer El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, dejé de preocuparme por posar de independiente. Como le dijo su padre, las criaturas más evolucionadas de la naturaleza son las que tienen un periodo de dependencia superior. No sé si yo realmente esté un eslabón más avanzado o atrasado que cualquiera, pero cada día que pasa, me doy cuenta de que no sólo me he acogido a ese principio, sino que lo he prolongado. No me da vergüenza admitir que soy dependiente de todas las personas que me aman, y que mediante ese amor las obligo a crear lazos entre ellos para procurar mi bienestar. Mi mamá es el epicentro de esa urdimbre. Por eso no pienso tomar la más mínima distancia, porque ella cree en mí mismo más de lo que me puedo permitir. Mantenerme a su lado es un modo de conservar la fe que me debo, de sanear las deudas que he contraído con mi futuro.

Viaje materno

Flavia Duarte (Periodista brasileña)

No puedo recordar, pero estoy segura de que mi madre estaba a mi lado, con la mano extendida, cuando decidí levantarme del suelo por primera vez. Y, de hecho, me caí muchas veces. Pero ella siempre me ayudó a ponerme de pie. Revisaba mi rodilla raspada, limpiaba mi cara rojiza por el llanto y la frustración, y me aseguraba que todo estaría bien. Era sólo tener coraje y recomenzar. Un pie delante del otro, hasta que me soltó y pude seguir sola, ella siempre atenta a una nueva caída.

Ya adulta fue mi turno de darle aliento. «Respira y ven, mamá», le repetía. No podía ofrecerle mi mano porque estábamos separadas por un océano, pero la confortaba con mi voz: «Va a salir todo bien, estoy aquí esperando». Ella me enseñó a caminar, yo necesitaba enseñarle a volar, pues siempre les tuvo miedo a los aviones. En viajes de trayectos más cortos que una hora, rezaba en voz alta y amenazaba con no embarcar. Sus intestinos protestaban y, si hubiera podido, se habría encerrado en el baño para no entrar en la aeronave. Pero esta vez su pavor fue menor que la nostalgia. Mi madre se atrevió por primera vez en sus más de 60 años a realizar un viaje de 24 horas, entre tiempo de vuelo y espera en el aeropuerto.

Yo saldría de España y ella de Brasil. Nos encontraríamos en Jerusalén y me preocupaba que su pánico no la dejara llegar al destino. «Vamos, mamá, lo conseguirás», la animaba igual que lo hizo conmigo tantas veces. Y se lo repetí como queriendo que le salieran alas. Lo logró. Lo logramos juntas con un poco de fe y pudimos recorrer de la mano los caminos de Jesús, seguras de que juntos los tres podíamos llegar a cualquier parte.

 

Agencia Mami

Adolfo Ariza (escritor colombiano)

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