La psicología y los tejemanejes que hay detrás del no femenino y de su claudicación.
¿El que busca encuentra y el que persevera gana?… ¿En el amor no hay que darse por vencido ni aún vencido? ¿La victoria pertenece al seductor más persistente?… ¿Solo los valientes arrebatan el reino de los cielos?… Hmm, vaya a saber. “Yo envidio a Sergio, quisiera ser como él, que se acerca a una chica hermosa y, sin demasiados preámbulos, prueba a seducirla una o dos veces, y si fracasa busca otra, y así todo el tiempo, hasta que conquista a la más bella”, dice Adolfo, contador de profesión y mártir por vocación. “En cambio yo —se queja—, encaro, fracaso, vuelvo a la carga, una y otra vez con la misma chica, y si consigo el éxito, ya estoy magullado por el esfuerzo y tantos desaires”.
Adolfo es el típico “remero”, el que no se arredra por indiferencias iniciales, el que, si no hay un rechazo terminante, persistirá hasta el desahucio o el feliz asentimiento. Es el tipo de hombre cuya táctica amorosa es la perseverancia y el asedio, no el acoso, que es execrable, sino la amable y gentil persistencia del varón que suple la carencia de atractivos de efecto fulminante, de esos que cortan el aliento de las damas a primera vista, pero confía en que la persona de sus desvelos terminará por rendirse a sus atenciones y halagos, porque todas las cosas buenas de este mundo se alcanzan con tenacidad. Después de todo, la perseverancia es la virtud de seguir luchando a pesar de que las probabilidades estén en tu contra.
Entre los hombres, varios recuerdan haber tenido que esperar y competir por alguna joven que se tomaba su tiempo para elegir, estableciendo un especie de concurso secreto cuyas reglas sólo ella conocía, situación más frecuente de lo que se piensa, según admitieron algunas de las victimarias.
Pero, queda en pie la gran pregunta: Si, de entrada, un hombre no ha logrado seducir a una chica, ¿la gentil perseverancia puede lograr lo que la flecha de Cupido no alcanzó? El debate puede llegar a polarizar las opiniones casi tanto como un clásico del fútbol. Curiosamente, una encuesta precaria llevada a cabo entre amigos y conocidos por quien esto escribe, dio como resultado que la mayoría de los hombres dicen conocer muchos casos en que la táctica del sitio a la fortaleza dio resultados, en tanto que la mayoría de las mujeres afirma que es un método poco exitoso. Quizás la clave esté en la ambigüedad femenina cuando se trata de temas amorosos; por ejemplo, en nuestra minúscula investigación hubo repuestas como estas: “No recuerdo admiradores que hayan tenido la paciencia para esperar mucho tiempo a que los acepte”, afirma Inés, una cuarentona que ha vivido lo suyo y no parece ser muy piadosa con el género masculino. Y agrega: “O sí, puede ser, pero en determinadas circunstancias”. Su amiga Laura piensa y dice: “A mí no me pasó, o si pasó, me he olvidado, pero creo que depende de las personas: hay chicas que no terminan de rechazar o aceptar definitivamente a alguien porque les encanta tener un hombre, o más de uno, en vilo”.
Entre los hombres, varios recuerdan haber tenido que esperar y competir por alguna joven que se tomaba su tiempo para elegir, estableciendo un especie de concurso secreto cuyas reglas sólo ella conocía, situación más frecuente de lo que se piensa, según admitieron alguna de las victimarias. “Ya no se trata de la espera del príncipe azul de las novelas románticas, sino de un hombre que tenga condiciones irrenunciables para una mujer de esta época: sensibilidad, sentido del humor y, a la vez, fortaleza de carácter y ternura”, sostiene Ada. ¿No será demasiado?, pensarán algunos o algunas entre quienes nos leen. Por otra parte, la mayoría de las chicas jóvenes consideran obsoletas las antiguas reglas de juego que sostienen que en el rito de seducción las mujeres deben resistirse durante algún tiempo y que los hombres deben desplegar todas sus habilidades para conquistarlas.
“Es hipócrita, el mismo hombre que te llenó de halagos e hizo cualquier promesa para vencer tus resistencia en un juego de máscaras, después resulta ser un tipo autoritario que confunde machismo con masculinidad”.
Quizás la idea de resistir la seducción aunque se guste del seductor tenga que ver con la norma moral y religiosa, vigente durante mucho tiempo y que todavía subsiste en varias culturas, de que las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio, en algunos casos también los hombres, aunque con mayor tolerancia. También sobrevive el prejuicio masculino que lleva a desvalorizar a las mujeres que aceptan fácilmente cualquier relación. Malena, 25 años, de una belleza sin atenuantes y a punto de graduarse en ingeniería de sistemas, se enoja: “Es hipócrita, el mismo hombre que te llenó de halagos e hizo cualquier promesa para vencer tus resistencia en un juego de máscaras, después resulta ser un tipo autoritario que confunde machismo con masculinidad”. En esta franja etaria y cultural ha perecido de muerte natural la idea de que los ritos de seducción incluyen mandar flores y bombones todo el tiempo, levantarse corriendo para acercarle la silla a la agasajada en el restaurante, dejar precipitadamente el asiento del conductor y rodear el carro para abrirle la puerta a la princesa y otras galanterías consideradas propias de los tiempos en que las mujeres eran seres sublimes e inútiles, por lo menos mientras se trataba de conquistarlas.
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