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CUENTO Y CRÓNICA

Publicado 15 diciembre, 2015

A donde nos lleve el viento

Por: Fredy Ávila

Fotos: Henry García Gaviria.

No sabíamos muy bien si nos estábamos elevando. Sostenidos a la cesta de mimbre observábamos expectantes cómo los quemadores del globo expulsaban constantemente bocanadas de fuego que calentaban el aire concentrado en el interior de la enorme vela de color verde y amarillo.

En tierra, los compañeros de viaje nos despedían emocionados, mientras algunos campesinos de la zona detenían su paso para contemplar el despegue de aquel extraño gigante. Minutos más tarde, divisábamos la sombra del globo dibujada sobre la planicie. El horizonte se abría frente a nuestros ojos. Sí, estábamos flotando. La cesta, la vela y nosotros, al vaivén del viento.

La aventura había comenzado a las seis de la mañana de un domingo. Nuestra cita en el municipio de Tocaima, a tres horas de Bogotá, era con los globeros Amancio Sánchez, un “español, del Quindío” —como él mismo afirma— y piloto de globos desde hace 20 años, y Adriana Gómez, agrónoma de profesión; acompañados por su hijo, un pequeño de cinco años que viaja en globo desde los tres. “Prácticamente Martín aprendió primero a subirse a la cesta que a caminar”, dice Adriana con una sonrisa.

En una cancha de fútbol se desplegó la enorme vela que empezó a llenarse de aire frío, con la ayuda de un ventilador. Posteriormente, y como si se tratara de centellas lanzadas por dragones, Amancio llenó la vela de aire caliente utilizando botellas de gas propano, a las que se les ha inyectado nitrógeno con el fin de alcanzar una mayor presión. 

A las 6:30 de la mañana, la altitud y los vientos que soplaban en Tocaima resultaban favorables para iniciar el ascenso. “La primera norma de seguridad para realizar un viaje en globo es volar en condiciones meteorológicas idóneas —explicó Adriana—, y eso se logra volando a primera hora de la mañana, que es cuando la atmósfera está tranquila y serena. Viajamos en un globo de aire caliente que asciende por diferencia térmica”.

Con las condiciones climáticas dadas, solo nos aguardaban algunos minutos para que el globo con capacidad para cuatro personas, más el piloto, se alzara sobre su eje y empezara a surcar los cielos.

***

Los viajes en globo se realizan por turnos. Los primeros en subir a la aeronave, al mando de Amancio, fueron cuatro amigos de Bogotá que le tenían una sorpresa desde las alturas a una de las pasajeras. En tierra, mi compañero de viaje y yo apreciábamos cómo el globo iniciaba su vuelo. Algunos niños del pueblo que tal vez se habían despertado por el ladrido de los perros o por el zumbido del gas propano, se apostaban frente a la cancha a contemplar el suceso. 

Minutos después, se extendía sobre el pasto una pancarta en la que se leía un emotivo mensaje de “Feliz cumpleaños”. “En el globo hemos sido testigos de peticiones de matrimonio y celebraciones especiales como aniversarios”, nos cuenta la coequipera del español, que decidió hace cuatro años echar raíces en Calarcá.

A bordo de una camioneta 4×4 con una plataforma para remolcar el globo, Adriana, el pequeño Martín, mi compañero el fotógrafo Henry García y yo, iniciamos el seguimiento por tierra del globo. En permanente comunicación por radioteléfono, Amancio nos reportaba, con su marcado acento español, sus coordenadas. 

—¿Me copias, Adriana? Vamos por la finca La Colorada —anunció desde 800 metros de altura.

Como si se tratara de un laberinto, Adriana buscaba atajos entre las fincas del municipio para no perder de vista la aeronave. Cada vuelo estaba programado para un máximo de cuarenta minutos.

—Detrás de un vuelo en globo hay una gran logística. Tanto el globo como el piloto deben cumplir con todas las normativas de la Aeronáutica Civil. Se requiere de un mantenimiento constante de equipos. Además, es necesario conocer muy bien la zona de vuelo para identificar todos los accesos posibles —señala Adriana, mientras sigue la pista de los aventureros y nos comparte cómo llegó al mundo de los globos—. Mi primer viaje fue en Barcelona, a los 28 años. Fue realmente espectacular. Allí conocí a Amancio y surgió la idea de traer los globos al país. Así fue como nació Globos Colombia, hace cuatro años.

Juntos se dedican hoy a viajar por el Eje Cafetero, su base operativa, donde vuelan todos los días del año, y por Tocaima, como sede alterna. Un proyecto de vida en el que han invertido todos sus esfuerzos. Y es que para llegar a realizar un primer vuelo en globo se requiere de una inversión mínima de unos 350 millones de pesos. 

—Solo las velas cuestan 70 millones y son producidas en fábricas de Barcelona, Inglaterra o República Checa —agrega nuestra guía.

Su primer viaje en globo significó sentirse totalmente libre. Y explica por qué: 

—Yo salí del país en un momento crítico en el que no se podía viajar ni a la vuelta de la esquina. Recuerdo que mi hermana viajaba frecuentemente de Armenia a Bogotá, donde estudiaba, y eso nos causaba muchísimo temor… Era la época de las pescas milagrosas. 

–¿Y es seguro viajar en globo? –le pregunté.

–Absolutamente. Según las estadísticas, es la forma más segura que existe de volar. La única restricción es para mujeres en estado de embarazo. Ni siquiera hay límites de edad, aunque en el mundo de los globeros se maneja el rango mínimo de los cinco años —requisito que, al parecer, no tuvo en cuenta el pequeño Martín.

—¿Y en cuáles lugares del mundo resulta más común viajar en globo? —pregunta, con su acento paisa, mi compañero Henry.

–A nivel mundial, Albuquerque en Nuevo México es la meca de los globos. Allí se realiza cada año el festival de globos aerostáticos más grande del mundo, donde se reúnen más de 500. Es una maravilla. Luego está Capadocia en Turquía, donde por día pueden volar 100 globos al mismo tiempo. Unas dos mil personas. Lo que implica una logística enorme.

–¿Y el lugar más alucinante para viajar?

–Sin duda, el Sahara. Es todo un mar de arena… Se siente uno como en la luna. El verde del Eje Cafetero y sus paisajes no se quedan atrás.

En ese instante, la charla se interrumpe por un nuevo llamado.

—¿Adri, me recibes? Vamos a descender. Supongo que el viento nos llevará a una vereda cerca a Los Arrozales.

—Afirmativo, Amancio.

Ha llegado el momento del primer aterrizaje, en el que se pone a prueba la destreza del piloto. El globo empieza a hacer un descenso controlado. Poco a poco, el fuego que expelen los quemadores va disminuyendo y eso hace que vaya frenando. 

—Aquí el secreto es saber encontrar una corriente que lo lleve a tierra firme —explica Adriana—. El piloto va con equipos de navegación aérea, su GPS y con el altímetro que le indica cuantos metros por segundo va descendiendo. No puede dejarlo pasar más de cuatro metros porque se descolgaría. Es un momento de máxima prueba.

El aterrizaje resulta exitoso. En medio de una explanada, cerca a cultivos de sorgo y maíz, el primer vuelo ha concluido. El gesto de satisfacción y de júbilo de los pasajeros lo dice todo. Ha llegado nuestro turno de descubrir lo que se siente viajar en globo. 

¿Temor? ¡No! Estábamos en manos de un piloto que inició haciendo parapente en la década de los 90 y que ha sobrevolado en globo el Desierto del Sahara y recorrido la Costa Brava, en España, en viajes de máximo cuatro horas. Además, ha alcanzado alturas de hasta 4.700 metros en travesías por Los Pirineos. 

Lentamente vamos ascendiendo. La gente en tierra empieza a verse cada vez más pequeña. El aire se siente fresco y contemplamos —como nunca—  la majestuosidad del paisaje. Todo es silencio y tranquilidad… Solo se oye el rumor de los quemadores.  No hay sensación de vértigo. El globo viaja al ritmo del viento y nos sentimos francamente alucinados.

Al instante podemos contemplar otro regalo para nuestros ojos: la sombra del globo en el que vamos viajando se refleja en la tierra seca por el sol. Como si estuviéramos en una película, vemos cómo avanzamos sin afanes. 

En medio del viaje, Amancio explica que el tamaño de los globos depende del número de pasajeros que lleve. 

—Hay globos con capacidad hasta para 34 personas, que vuelan en Egipto o África. Lugares que son absolutas planicies y que brindan todas las facilidades para un buen aterrizaje. 

—¿Cómo defines viajar en globo? —le pregunto. 

—Es como navegar sobre el viento —responde nuestro piloto—, o como viajar en quietud. Se siente mucha paz y libertad, y descubres el mundo desde otra perspectiva.

En medio de la calma que nos brindaba aquel panorama, noto que empezamos a descender pausadamente. Abajo algunas reses emprenden la huida al sentir la proximidad del globo. Los techos de las fincas se hacen más cercanos. 

Amancio nos hace una recomendación:

—Agarraos de las asas de la cesta que están en el interior. No os agarréis por fuera. Si hiciera un poquito de viento, podría tumbarnos de la cesta y resultaría muy divertido —comenta en medio de risas.

Cumplidas las instrucciones, alcanzamos a hacer un par de preguntas finales.

—¿Cuáles son los lugares más curiosos donde has aterrizado?

—Varios. A parte del desierto del Sahara, el patio de un colegio, la orilla de una playa, un cafetal y una finca de toros bravos.

—¿Has tenido problemas en algún aterrizaje?

 —Nada… Todo está chupado —responde Amancio—. El único problema, quizá, fue alguna vez que salió un campesino cabreado y nos ahuyentó con sus perros dóberman. Pero eso es superable, hombre, y hace parte de la aventura —remata.

En medio de aquella anécdota volvemos a tocar tierra firme. Con la complicidad del viento, confirmamos que el universo es una obra en perfecta armonía. Sin ningún contratiempo y profundamente maravillados, descendemos de la cesta… Durante varios minutos seguimos flotando, extasiados.

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