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MÚSICA

Publicado 8 octubre, 2025


Ozzy Osbourne: un adiós a la altura de su leyenda

El célebre cantante y músico británico, uno de los creadores del ‘heavy metal’, murió el pasado 22 de julio en su país. Emotiva semblanza de su vida y de su carrera

Por Jorge Cantillo Barrios @mono.onvinyl


“¿Qué es esto que está frente a mí? Una figura de negro que me señala”. La voz que sentencia esas palabras es aguda, electrizante y tenebrosa. Corta como un cuchillo los acordes oscuros, el bajo punzante y la batería fúnebre. Es la voz de Ozzy Osbourne, y esa fue su presentación al mundo. Un mundo al que le entregó su último ‘show’ el pasado 5 de julio. Diecisiete días después se despediría definitivamente, coronando su leyenda.

La frase que abre la discografía de Black Sabbath, tomada de su canción homónima, bien podría haber pasado por la mente de los miles que acudieron a Birmingham para ver por última vez a Osbourne y Sabbath, o de los millones que siguieron por internet la transmisión en vivo de más de diez horas que paralizó al mundo. Fue uno de esos raros momentos de unidad global que solo permite la música.

En ese escenario, desfilaron nombres monumentales: Metallica, Pantera, Alice In Chains, Tool, Guns N’ Roses, Slayer, entre otros. Todos para rendir tributo en vida al “dios del metal”.

Para ellos, esa figura de negro ya no era el espectro de la canción —o tal vez sí—: era su ídolo. Era Ozzy, aferrado a su micrófono como a un bastón de guerra, luchando contra el Parkinson y los estragos de una columna destrozada. Apareció en un trono coronado por un murciélago, delineador oscuro, forrado en cuero, con el rostro de un anciano y esa voz mitológica. Su voz, una reliquia antigua y poderosa, como una espada oxidada que se niega a perder el filo.

Lo acompañaron sus hermanos de armas: Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward. Los mismos que, hace 55 años, crearon un sonido que dio nacimiento al ‘heavy metal’. Aquel grito inicial de 1970 —“What is this that stands before me?”— no solo abrió un disco: abrió una era.

Pero como prometía el nombre del evento —Back to the Beginning—, volvamos al principio.


Ozzy Zig necesita un concierto

John Michael Osbourne nació el 3 de diciembre de 1948 en Aston, un barrio obrero de un Birmingham devastado por la guerra. Su infancia fue marcada por la pobreza, el ‘bullying’ y una profunda inseguridad. Su refugio fue la música, y un grandísimo amor por los Beatles. Más tarde, un fallido intento de robo lo llevó a prisión por un mes. Su padre se negó a pagar la fianza para darle una lección. Sin saberlo, esto lo empujó a un camino que lo llevaría a convertirse en el Príncipe de las Tinieblas.

Ese mismo padre sería fundamental para iniciarlo en la música, pues a pesar de sus limitaciones económicas sacó un préstamo para darle 250 libras, con las que Ozzy compró un micrófono, un paral y un sistema de sonido Vox. Entonces escribió un anuncio a mano que colgó en una tienda de música local: “Ozzy Zig necesita un concierto. Cantante en busca de banda. Tengo mi propio sistema de sonido”.

La vida le respondió. Y cómo no, si tenía su propio sistema de sonido. Conoció a Iommi, Ward y Butler, y juntos fundaron una banda que primero se llamó Earth y luego, inspirados por una película de terror, Black Sabbath. El resto es historia. Ozzy no solo fue la voz del metal: fue su espíritu.

Con Sabbath, grabó discos fundamentales como ‘Black Sabbath’, ‘Paranoid’, ‘Master of Reality’, ‘Vol. 4’ y ‘Sabbath Bloody Sabbath’, que convirtieron al grupo en el estándar oscuro del ‘hard rock’ y el ‘heavy metal’. Su voz —aguda, teatral, estridente y vulnerable— le dio humanidad a la pesadez de los ‘riffs’ y lo hizo único entre sus contemporáneos. Y su personalidad, dividida entre un loco de atar y un sacerdote de lo oculto, lo ayudó a consolidar su leyenda.  


El Príncipe de las Tinieblas

A lo largo de cinco décadas, Ozzy fue profeta y paria, bufón y chamán. La muerte de su padre en 1977, el deterioro de su primer matrimonio y su expulsión definitiva de Sabbath en 1979 por abuso de drogas lo hicieron tocar fondo y plantearse dejar la música para siempre. Pero la vida lo cruzó con dos ángeles redentores: Sharon Arden y Randy Rhoads. 

Sharon, hija del ‘manager’ de Sabbath, decidió representarlo, sacarlo del abismo y devolverlo a donde siempre perteneció: los escenarios. Ella luego se convertiría en su esposa y en la arquitecta de su reinvención épica como solista. Con Rhoads, por su parte, formó una dupla histórica con la que inició una discografía feroz, que lo llevó a nuevos niveles de éxito y fama. Discos como ‘Blizzard of Ozz’ y ‘Diary of a Madman’, ambos coescritos de la mano de Rhoads, redefinieron el metal de los años 1980.

Ozzy también cultivó un aura de excentricidad que amplificó su mito. El más célebre de esos episodios ocurrió en enero de 1982, cuando, durante un concierto en Des Moines (Iowa, EE. UU.), le arrancó la cabeza de un mordisco a un murciélago que creyó de utilería. El gesto —accidental o no— lo catapultó como el Príncipe de las Tinieblas, un título que adoptó con humor y que lo persiguió el resto de su vida.

Pero también hubo tragedia. En marzo de 1982, Randy Rhoads, su guitarrista y amigo, murió en un accidente aéreo mientras estaban en la gira de su segundo álbum. Rhoads iba en una avioneta con dos personas más sobrevolando un campo donde habían aparcado el ‘tourbus’. Dentro de éste estaban Ozzy, Sharon y el resto de la banda. De pronto un ruido infernal los hizo salir para presenciar cómo la avioneta se consumía en llamas a pocos metros de ellos. 

El choque pudo haber matado a Ozzy, quien quedó devastado con la pérdida de Randy. Durante días no pudo hablar. Muchos pensaron que su carrera terminaría allí, hasta él mismo. Pero volvió, como siempre, con el corazón roto y la garganta vomitando vida. Entregado al amor de sus ‘fans’ y convirtiendo cada concierto en una misa negra en honor a su ángel redentor. 


«Con Sabbath, grabó discos fundamentales como ‘Black Sabbath’, ‘Paranoid’, ‘Master of Reality’, ‘Vol. 4’ y ‘Sabbath Bloody Sabbath’, que convirtieron al grupo en el estándar oscuro del ‘hard rock’ y el ‘heavy metal’».


“Mi legado es sobrevivir”

Pero Ozzy no era solo música y excesos. Era un sobreviviente. De sobredosis, de accidentes, de sí mismo.  “Mi legado es sobrevivir”, declaró alguna vez, y qué razón tenía. 

En 2003, una caída en cuatrimoto le fracturó ocho costillas, una clavícula y dos vértebras. Requirió múltiples cirugías, rehabilitación y una recuperación milagrosa. En 2019, otra caída le agravó la columna, dejándolo con movilidad reducida. Luego vino el Parkinson, recurrentes operaciones, la reclusión y la cancelación definitiva de las giras en 2023.

Todo indicaba que Ozzy ya no volvería a un escenario. Pero su deseo era otro. Como él mismo dijo a la prensa en febrero de 2025: “Si no puedo seguir haciendo conciertos regularmente, solo quiero estar lo suficientemente bien para uno… donde pueda decir: ‘Hola, chicos, gracias por mi vida’. Si me muero después de eso, moriré feliz”.

Ese deseo se cumplió. En julio de 2025, en el Estadio Villa Park, Ozzy hizo lo impensable: cantó por última vez. No caminaba, pero su voz sí. Y su voz arrastró consigo los ecos de millones que encontraron en su música un lugar para existir.

El concierto no fue perfecto, pero sí inolvidable. El repertorio recorrió joyas de su carrera en solitario como “Crazy Train”, “Mr. Crowley” y “Mama I’m Coming Home” y culminó con los cuatro miembros originales de Black Sabbath, todos septuagenarios, interpretando himnos como “War Pigs”, “Iron Man”, “N.I.B” y “Paranoid”. Entre canción y canción, Ozzy movía los brazos, daba la señal de paz y sonreía, con la misma sonrisa con la que siempre enfrentó los escenarios. 

“No tienen idea de lo que siento”, dijo en un momento del ‘show’. Parecía estar despidiéndose no solo del público, sino de la vida misma. Vaciando el último atisbo de energía vital en el escenario, su verdadero hogar, su hábitat natural. 


«Ozzy no fue inmortal, pero hizo algo más raro: se convirtió en leyenda antes de morir y se despidió subiendo al Olimpo del rock como un héroe, cumpliendo su misión en esta tierra».


Sharon, entre bastidores, lo observaba con los ojos cargados de historia. Ella también había librado sus propias batallas, incluyendo un cáncer. La familia Osbourne entera había sido parte del espectáculo mediático con su ‘reality’ ‘The Osbournes’, pero esa noche, lo que hubo fue intimidad pública: una despedida global que se sintió personal para cada persona que participó de ella. 

Y como si fuera parte de una tragedia griega escrita por los dioses del metal, 17 días después de ese concierto, Ozzy Osbourne murió en su casa, rodeado de su familia. Su cuerpo, cansado de resistir, finalmente descansó. Pero su voz, como prometió, no se calló.

Quedó en ese último grito, en esa última nota de paranoia mientras las luces bajaban. En esa frase final de “gracias, Dios los bendiga”. Quedó en la memoria de quienes lo escucharon durante décadas y de quienes lo descubrirán en siglos venideros.

Ozzy no fue inmortal, pero hizo algo más raro: se convirtió en leyenda antes de morir y se despidió subiendo al Olimpo del rock como un héroe, cumpliendo su misión en esta tierra. Como un murciélago que vuela a pesar del peso de sus alas rotas.

Ozzy Zig necesitaba un concierto. Y lo tuvo.

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