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DEPORTE

Publicado 26 mayo, 2016

Teo se pone la camiseta del color Actual

Por: Alfredo Baldovino Barrios

El equipo de producción de la revista y yo estábamos sentados en uno de los tantos salones de eventos de un hotel de la ciudad, cuando un compañero, asomado a la baranda que dominaba el vestíbulo del hotel, se volvió hacia nosotros con el celular pegado a la oreja para decirnos que Teófilo acababa de llegar. Un momento después, y como si fuera necesaria la presentación, lo vimos cruzar la puerta, acompañado por dos policías, el representante y un primo, extendernos la mano y decir: “Mucho gusto. Teo”. Ni que no supiéramos quién eres, Teo. Te venimos siguiendo la pista desde que saliste del Junior en 2009. Trabzonspor de Turquía, Racing de Avellaneda, Lanús, otra vez Junior, Cruz Azul y luego River Plate. Los equipos en los que figuraste desde entonces. Ni que no hubiéramos gritado el gol que le hiciste a Grecia en el primer partido del Mundial con un centro de Cuadrado.

Era un poco más alto de lo que había imaginado; quizá 1,80 de estatura o un poco más. Usaba un suéter blanco, un yin y tenis. Pero no había tiempo que perder en formalidades. Desde que llegó a Barranquilla, hace unos 5 días, no ha hecho sino cumplir con una apretada agenda de compromisos. Uno de los policías que lo acompañaba a todos lados me diría más tarde que ayer por la noche fue a visitar una iglesia evangélica en el barrio La Chinita y que tuvieron que pedir refuerzos al momento de la salida, porque un tumulto de gente se había aglomerado a la salida.

–¿Con qué empezamos entonces? –preguntó Teo.

–Necesitamos que te midas el vestuario –respondió otro miembro de la producción.

Adosado a la pared del salón, había un perchero de metal con la indumentaria cubierta por forros de plástico. El equipo de producción invitó a Teo a subir a una suite junto a la maquilladora. En el salón, quedamos los dos fotógrafos, el representante, un amigo de Teo y yo. Nos pusimos a hablar de fútbol. No había de otra. De la goleada 7 a 1 de Alemania a Brasil, y de cuán lejos hubiera podido llegar la Selección si el árbitro español no hubiera metido la mano.

–Anoche estaba hablando de eso con Teo en el patio de su casa –dijo el representante–. Todos en la Selección estaban convencidos de que iban a ganarle a Brasil. Lo que nos mató fue el gol tempranero de Tiago Silva. Eso y el árbitro que dejó pegar. Teo tiene una marca en el tobillo que le dejó Fernandiño.

–Es carácter –dijo el otro acompañante–. Los jugadores colombianos no han desarrollado aún la garra de los uruguayos o alemanes. También faltó astucia. Quizá si Pékerman hubiera presionado al árbitro unos días antes de jugarse el partido, las cosas hubieran podido ser diferentes.

No es que haya pasado por alto el hecho de que es Teófilo y no el representante o el primo, el que debe protagonizar esta historia. Es que llevamos una hora esperando a que baje, y tenemos que hablar de cualquier cosa para no aburrirnos. El representante sale a hacer una llamada y el primo dice:

–Lo que pasa es que Teo siempre demora arreglándose. Esta mañana entró a cambiarse a las 9 de la mañana y salió como a las 10.

Cuatro tintos más tarde, hay ruido en el vestíbulo del segundo piso del hotel y sabemos entonces que la primera sesión de fotos ha empezado. Teo se ve elegante al interior de su traje lila. Se repantiga en un sillón color crema, mira a la cámara y sonríe. Luego se levanta, avanza hasta la balaustrada, apoya un codo en la parte superior y vuelve a sonreír. En las pequeñas pausas, aparece alguien con un suéter de la Selección para que se lo firme.

Yo me mantengo a la distancia con el resto del grupo.

–Es lo más admirable de Teo –dice su acompañante–, que es un tipo sencillo, sin tantas ínfulas.

–A Teo le gusta mucho ayudar a su familia –dice el representante–. Nunca se ha olvidado de ellos.

–El día en que llegó a Barranquilla, los policías se interponían entre él y la gente –dice el ayudante del fotógrafo–. Teo tranquilizó entonces a un agente y se acercó un momento hasta donde estaban sus admiradores. La gente quería estrecharle la mano, que les firmara una camiseta o les permitiera tomarse una foto con ellos.

Debe ser complicado convertirse en una figura pública, pienso. Visitar al funcionario de alguna dependencia gubernamental, alborotar la sala de redacción de un periódico, salir escoltado de un lugar para llegar a otro, con el tiempo apenas suficiente para volver a tomar aire, cuando lo que más desea uno es desconectar el celular, tenderse en la cama y comer algo en familia. Pero Teo entiende que es actualmente el máximo referente deportivo de su ciudad y no quiere dejar a nadie con los crespos hechos. En unos cuantos días, volverá a Argentina y vaya a saber uno si luego es transferido a un equipo en un país remoto y no vuelve a verlo uno durante mucho tiempo.

La primera sesión de fotos ha terminado y todavía no he podido hacer la entrevista. Son las 12:30 del mediodía y empieza a darnos hambre. El representante lo dice, y lo dice también el acompañante. ¡Dios mío, si por lo menos hubiera una tienda cerca! Teo vuelve a entrar al ascensor para cambiarse de ropa en la suite. Regresa al tercer piso con un traje negro y posa. Manos en los bolsillos. Sonrisa. Foto. Manos despegadas de la cintura. Sonrisa. Foto. Nicolás Santodomingo, el fotógrafo, está disfrutando de su trabajo como nunca. “No soy de los que me gusta farandulear con la gente famosa —me dice al pasar—, pero esta vez voy a hacer una excepción. Me voy a tomar una foto al final con Teo, cuadro”.

Lo dicho: Teo empieza a mirar su reloj. Tiene otro compromiso y no quiere llegar tarde. Cambio de planes. En vez de esperar que termine la última sesión de fotos debo subir con él a la suite para hacer mi trabajo mientras lo maquillan. Entramos al ascensor con el equipo de producción. Una puerta que se abre y luego una alfombra roja en un pasillo. Una funcionaria del hotel, vestida de azul turquí, mete la llave en la cerradura. Y luego lo de siempre. Le alarga su celular a un empleado, abraza a Teo y sonríe frente a la pantalla. Teo se quita la chaqueta y se cambia los zapatos. Se deja caer en un sillón y me dice que listo: podemos comenzar cuando yo quiera.

Lo primero que se me viene a la mente es el partido de Brasil contra Colombia. El público en contra, la prensa en contra, la historia en contra. Once contra once y la cercana posibilidad de que una selección sin tradición mundialista como Colombia pudiera pasar por primera vez a la semifinal de una Copa del Mundo. Estuvimos tan cerca… Le pregunto a Teo qué sintió en ese momento, qué significó para él saltar a la cancha y encontrarse frente a todo ese público.

–Fue un sueño cumplido –dice Teo–. Sabíamos que había 47 millones de colombianos dándonos su apoyo y eso fue muy lindo. El cuerpo técnico nos había preparado emocionalmente para ese encuentro, pero lamentablemente las cosas no salieron como esperábamos.

Es cierto. Los periodistas colombianos, incluso, habían creado una frase que se repetía por todos lados: “Ya hicimos historia. Ahora vamos por la gloria”. Soñábamos con el momento de la consagración: Brasil vencida por Colombia y los diarios de todo el mundo anunciando el fin de la hegemonía carioca sobre los demás países del continente. Teo tiene 29 años y la mayoría de sus conciudadanos sabe que no la ha tenido fácil. Viene de un barrio humilde y gracias a su insistencia pudo llegar hasta donde está. Ha madurado mucho futbolísticamente, me dice, desde que salió del Junior. Ha aprendido a valorar más el juego en equipo y las cosas que le ha dado la vida. Teo es creyente y levanta las manos al cielo cada vez que marca un gol.

–En una encuesta reciente que hizo un periódico local por Internet –digo–, más del 60% de la población barranquillera manifestó su preferencia por Alemania en la final. Tú, sin embargo, no dudaste en decir que querías que ganara Argentina. ¿Tienes alguna razón especial para darle tu voto?

–La verdad –responde Teo– es que Alemania y Brasil son equipos con jerarquía, pero Argentina ha sido mi segunda casa, he vivido muchos años allí y esperaba que fueran campeones.

Le pregunto cómo lo han tratado en Argentina y se desborda en elogios. No tiene palabras para describir el cariño que le tienen, puntualiza. Y se nota que le ha hecho efecto vivir entre los compatriotas de Maradona: por momentos puede descubrirse en su acento un ligero acento argentino.

–¿Qué es lo que más extrañas viviendo por fuera del país? –inquiero.

–Mi familia, mis amigos y la comida.

–¿Qué tipo de comida?

–El arroz con coco, el pescado y los patacones.

–Algún género de música o un cantante que prefieras sobre los demás.

–La salsa y Marc Anthony.

–¿Y el vallenato?

–También, pero el que se hacía antes.

–¿Cómo te va con la champeta?

–Siempre me ha gustado desde que era niño. Escucharla y bailarla.

–¿Qué hace Teo cuando no está jugando fútbol?

–Estar con mi familia, reírme y darle gracias a Dios por todo lo que me ha dado.

–¿Te enseñó el profesor Pékerman algo a nivel personal?

–Claro. Me enseñó a respetar a los demás, a ser humilde, a trabajar en equipo, y a darlo todo por mi país.

–A David Luiz le propusieron matrimonio por Internet. ¿Alguna propuesta para Teo por parte de alguna de sus admiradoras secretas?

Teo no puede evitar una sonrisa. Y replica:

–Uno como futbolista siempre tiene admiradoras. Es algo muy grato para uno.

–¿Cuáles son para ti los cinco mejores jugadores de la historia?

–Pelé, Maradona, el Pibe Valderrama, Messi y van Basten.

–Una palabra para definir a estos: Cuadrado y James…

–Alegría y convicción.

–Zúñiga y Bacca…

–El amague y el gol.

–Yepes, Guarín y Jackson.

–Liderazgo, lucha y sacrificio.

La entrevista ha terminado. Bajamos al bar del hotel y se forma un revuelo entre los pocos comensales que hay a esta hora. Un grupo desenfunda sus celulares y empieza a filmar y a tomar fotos. La escena se repite: pose, foto, pose, foto. Concluida la sesión, el fotógrafo cumple lo dicho. Abraza a Teo y sonríe ante la cámara.

Luego de leer, elige, ¿Maradona ó Pelé?

La vida loca de Diomedes Díaz

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