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Publicado 7 marzo, 2018

El salto cualitativo del feminismo

Todas las revoluciones sociales avanzan saltando de golpe dos pasos y retrocediendo uno. ¿Cuáles son, en el caso de la actual ola feminista, los dos pasos que se han dado hacia delante y cuál el de reversa? ¿Y cómo se puede curar una sociedad enferma de sexismo, viciada desde sus comienzos sobre el poder del macho? Les hicimos estas preguntas a varias mujeres que han reflexionado mucho sobre el tema y esto nos respondieron.

Diana Hernández, ‘María Mulata’, cantadora sangileña, ganadora de la Gaviota de Oro 2007 en el Festival Viña del Mar y nominada al Grammy Latino en 2014 al Mejor Álbum Folclórico.

Debemos ser coherentes. Un retroceso es el hecho de que quedarse en el hogar criando a los hijos perdió para muchos el mérito y respeto, incluso para muchas feministas, cuando es el acto más sublime de generosidad, bondad y amor, y debería ser más bien exaltado, protegido y jamás juzgado; una decisión tan respetable como decidir no tener hijos o darle prioridad a la vida profesional. Por otro lado, y hablando del entorno latinoamericano, ahora la mujer es independiente, puede acceder a una carrera y tener las mismas oportunidades de formación que un hombre, lo que le permite acceder a un buen trabajo, un buen salario y escalar a nivel profesional, traer dinero a la casa igual o más que el hombre, etc.; esto es un gran avance, sin embargo todo aquello que pareciera darnos libertad, a veces parece ir en contra de nosotras en el ámbito familiar porque aparte de todo lo que hemos logrado, seguimos haciendo las mismas labores que siempre habíamos hecho en el hogar. Fue como echarse la soga al cuello. Tener que entregarle los hijos a una nana para ir a trabajar, renunciando a lo más hermoso de nuestro rol de madres, que es poder entregar todo el tiempo necesario a la crianza, la ternura, la atención, la protección en la primera etapa de los hijos, para dejarlos en casa con alguien que no pertenece a su familia, es prácticamente un castigo. La sobrestimación de nuestro poder femenino nos halaga y agota al mismo tiempo.

Debemos ser coherentes pues a veces el feminismo termina siendo solo un discurso que no practicamos como hijas, novias, hermanas, mamás, colegas, rivales, amigas, líderes. He visto a madres quejarse porque a su pobre hijo le toca lavar los platos, y al mismo tiempo quejarse de que el marido de su hija no le “ayuda”. O a madres que sobreprotegen a su hijo varón hasta hacerlo un prospecto de hombre que espera encontrar en su esposa una esclava. Hay que llevar el feminismo a la práctica desde la familia. Desde cosas tan sencillas como reflexionar sobre el por qué mientras a una niña siempre se le han regalado muñequitas, bebés, ollitas y cocinas que nos limitan el cerebro y las opciones de vida a la crianza y la cocina, versus los regalos de los niños como los legos, que incentivan el cerebro, la creatividad, la curiosidad y la imaginación. Los hombres no van a cambiar si no cambiamos nosotras, si no paramos el maltrato, si seguimos dándonos palo entre nosotras.

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