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ACTUALIDAD

Publicado 13 mayo, 2018

Llevo tus marcas en mi piel

Dos historias en primera persona de dos madres que llevan en su alma más de una marca y de una cicatriz.

“Un hijo es una herida que nunca termina de cerrarse, un tatuaje que llevas por siempre, un tatuaje que crece, que se expande”.

Por John Better

Una vitrola marciana

Alicia arribó desde un lugar maravilloso parecido al  que narró Lewis Carroll en su famosa novela. Estuvo encapsulada en mi vientre por nueve meses; nos comunicábamos todo el tiempo.  Anunció su llegada una serie de malestares que por fortuna no duraron demasiado.

Un día en la clínica una máquina me dejó oír sus latidos, un ritmo frenético, una música del alma que hasta hoy sigue sonando cada vez que llevo mi oído a su pecho. Cuando la vi en mi primera ecografía, pensé: “Es como una pintura abstracta; definitivamente es mi hija”.

Me llamo Tania Bayona, nací en Bogotá, hace un par de años resido en Puerto Colombia,  tengo 24 años, soy una psicóloga frustrada y administradora de un negocio familiar. Aunque Tania es mi nombre jurídico, prefiero que me llamen Marciana Vitrola, una especie de ‘alter ego’, una estrella de rock fuera de esta tierra pero con los pies dentro de ella. Una mujer que escribe, lee, trabaja y, como toda vitrola, ama la música. Soy una artista que ha dibujado en su propia piel una serie de historias, algunas fantásticas, otras tristes, otras erradas y muchas que aún están por contarse.

Pienso que tener un hijo es como llevar una marca, y digo marca en todo sentido. Un hijo es una herida que nunca termina de cerrarse, un tatuaje que llevas por siempre, un tatuaje que crece, que se expande y te llena de ánimos, de ganas de enfrentar a una jauría de lobos si se trata de brindarles protección. Por eso, como dice Lorca: “Es tan terrible ver la sangre de uno derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años”.

Mi amor por los tatuajes empezó desde que tenía 16 años cuando me hice el primero. Era una típica niña rebelde y loca con ganas de comerme al mundo de un solo bocado, pero he aprendido que es mejor ir lento y a paso firme; la carrera no solo trae cansancio, también la pérdida de cosas relevantes. Hasta ahora solo tengo trece tatuajes regados por toda mi piel, y los que me faltan.

Mi cuerpo es un territorio destinado al amor, lo tengo claro, por eso en mi mundo “vitrolesco”, somos Alicia y yo, su padre no cupo en este territorio y lo mejor fue haberse ido de nuestro lado. Mi piel es un lienzo: desde las cicatrices que me hice de pequeña por alguna travesura, hasta los ‘tattoos’ que llevo con orgullo, todas esas marcas van creando un mapa emocional de experiencias, lugares visitados, viajes al interior de mí misma.

El gato impreso en mi espalda no es solo un gato, es mi amor por ellos; cuando mi hija lo ve, se acerca, lo toca y luego dice “miau”, entonces entiendes el significado de la palabra gato en un sencillo sonido como ese. Un primer tatuaje debe reflejar algo que ames con locura, y yo amo a esos felinos silenciosos y sabios. A veces me encuentro con ellos en las calles solitarias y nos miramos directo a los ojos, cada uno sabe hacia dónde va en ese instante y de dónde viene.

Insisto que el cuerpo femenino es un territorio autónomo, por eso me tatué en la pierna la frase: “My body, my rules”, que traduce: “Mi cuerpo, mis reglas”, así dejo sentada mi posición feminista sobre el asunto, no tolero ningún tipo de violencia contra nosotras. Y el que no esté de acuerdo, pues toca darle una patada como a una lata de cerveza vacía que se interpone en tu camino.

En uno de mis cumpleaños, una amiga me obsequió la oportunidad de hacerme otro tatuaje, y me inscribí el término “Carpe diem”, un  tópico literario que anima a aprovechar el momento presente sin esperar el futuro; es una locución latina que literalmente significa: “Toma el día”; que quiere decir: “Aprovecha el momento”, en el sentido de no malgastarlo. Fue acuñada por el poeta romano Horacio.

Olvidé confesarlo: soy una bruja, pero no se asusten, mi magia no es oscura, por eso mis últimos tatuajes son esotéricos: un aquelarre, el rostro de mi actual gato, un búho en la pierna izquierda con una calavera. En cada antebrazo llevo un trébol, el símbolo del infinito en el  brazo izquierdo, el símbolo de un ovni, entre otros.

Cada vez que hay luna llena, hago baños de sal marina y romero, para mí y para las piedras de protección que uso, amatista y piedra luna. También leo el tarot. Cuando voy a leer mis cartas, me gusta tener una vela morada encendida y los cristales cerca. Soy algo supersticiosa para cortarme el cabello, solo lo hago dependiendo de en qué luna estemos.

A mi hija le encantan los tatuajes. Al principio fue muy lindo porque en su inocencia ella trataba de limpiarme la piel como si tuviese algo sucio en ella; ahora cuando ve que voy a hacerme uno, me pregunta: “Mami, ¿te vas a hacer otro tatuaje?”. Le respondo que sí y ella dice con alegría: “¡Es la hora de los tatuajes!”. Ya ven, estas son mis marcas.

Los 400 golpes

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