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CINE Y TV

Publicado 28 febrero, 2019

Cristina Gallego: ‘Pájaros de verano’ le hizo enfrentar sus miedos

‘Pájaros de verano’ es su debut oficial como directora, en este caso como codirectora. ‘El abrazo de la serpiente’, que produjo, fue nominada al Oscar hace dos años y esta nueva ha sido elegida para representar a Colombia en estos mismos premios.

Cristina nació en Bogotá, se conoció con Ciro Guerra en la universidad y juntos han hecho magia. Durante el rodaje de ‘Pájaros de verano’ decidieron separarse como pareja, pero su complicidad laboral sigue igual. En esta íntima entrevista los queremos llevar de la mano a conocer a una mujer tremendamente talentosa, soñadora y que podría convertirse en la primera en conseguir un Oscar para el país.

¿Qué hace falta para que más latinas se atrevan a dirigir?

Creo que es un proceso de acercarnos y apropiarnos del lenguaje, pero siento que se requiere un proceso interno muy fuerte para pasar a dirigir. Hay unas cosas culturales en la que nuestro papel pareciera ser apoyar, cuidar, cargar, hacer determinados trabajos. Hace unos días le preguntaba a una relacionista pública por qué todas las relacionistas públicas son mujeres. Y me decía: porque somos intuitivas, podemos ocuparnos de muchas cosas a la vez, somos ‘multi-task’ y entonces creo que pasar a dirigir tiene que ver con olvidarse de eso y concentrarse en una sola cosa, en una sola visión. También pasar de la emocionalidad a unas estructuras más racionales y concretas. Creo que el camino es largo, me alegra ver que hay mujeres que empiezan a buscarse y a trabajar sobre los lenguajes cinematográficos. Me encanta que también hagamos como redes de apoyo. Hay una cosa con las mujeres y siento que está en muchos mundos: es el nivel de competencia entre las mujeres y siento que cuando pasamos de eso a apoyarnos se vuelve un gran paso. Son cambios necesarios a nivel personal y social, y otro paso que me parece necesario es que también los hombres le den importancia. El mundo está reflexionando dónde están las voces femeninas, dónde están las historias de las mujeres. Esto está pasando en el mundo del cine a partir de un fenómeno tan complejo como el ‘#MeToo’ del año pasado, en el que nos dimos cuenta de que las mujeres están siendo tratadas no por su trabajo sino por su condición sexual.

En ‘Pájaros de verano’ hay una escena de una ronda que pareciera ser como el coqueteo que has tenido con la dirección de proyectos hasta que por fin decidiste atreverte…

Ha sido así. El paso mas complejo era asumirlo personalmente. Luego que di el paso, mucha gente dijo: “¡Por fin! Ya la estábamos viendo allí pero usted no se había atrevido”. Creo que era una cuestión de miedo interno, de asumir la filmación entre dos. Creo que ni Ciro ni yo nos habíamos dado cuenta cómo estaban pasado las cosas.

Ciro me dijo que ‘El abrazo de la serpiente’ se hizo por tu apuesta siempre por la historia. Has empujado todos esos sueños de ustedes, pero estabas en un segundo plano.

Sí, creo que eso ha estado presente en el proceso juntos, en esta carrera de acompañarnos y crear en conjunto, y yo siento que nos pusimos roles más por lo que éramos hace veinte años, por las inquietudes del momento. Cuando mi voz fue cobrando fuerza, entonces ya empezó a haber una incomodidad de saber que no estaba haciendo propiamente producción y quería entenderlo. Lo que estábamos haciendo tenía un sello de los dos, cosas muy importantes que eran del alma. Porque el arte, la realización y la dirección hablan de preocupaciones personales íntimas y eso estaba allí en las obras. Fue como un proceso de coqueteo, de empoderamiento, como de salir del clóset y buscar en el camino la voz de la mujer, la voz de la matrona que siempre ha sido fuerte en las familias de la costa pero de puertas para adentro. Que es lo mismo que sucede en la película: hay una mujer muy fuerte que dirige los destinos de la familia y del clan, pero nunca actúa de puertas para afuera, siempre está adentro. Esa búsqueda de ese personaje es una muestra de cómo las películas muestran las preocupaciones internas y cómo se transforma la vida mientras las vamos haciendo. Durante el proceso de realización también pasó eso, salí de atrás y pasé al frente.

Saliste de tu zona de confort…

Claro. Una amiga me decía hace días que a ella le gustaba esa zona segura y esa zona muchas veces es la zona de adentro, en la que no expones las ideas y esto lo manda a uno a pensar en dónde estaban las mujeres en las cavernas: dentro cuidando a la manada y protegiéndolos de las fieras que estaban afuera, mientras los hombres cazaban y traían la comida. Salir de la zona de confort es salir del miedo a la exposición, salir a la zona de batalla a disparar los sentimientos.

En el Amazonas le pidieron permiso a la selva. ¿En la Guajira a quién le pidieron permiso?

A todos los ancestros de ese territorio, muy a nuestra manera. Fue un tema complejo, pues los wayuu viven en su espacio, en su territorio y su entorno de desierto está lleno de espíritus, así lo sentimos los que llegamos de la ciudad. Es un desierto que repele a todos los que han ido, desde españoles hasta ingleses y holandeses. Los wayuu han mantenido la independencia de su territorio y por eso su tendencia a repeler. Nosotros nos protegimos con lo que conocemos, el amor, y orábamos muchísimo. Nos protegíamos en grupo. Cadenas de oración muy fuertes porque nos estaban pasando cosas terribles: tormentas de arena, inundaciones todo el tiempo, una tormenta eléctrica llegó a destruir completamente el set antes de terminar el rodaje.  Yo digo que nosotros tuvimos un equipo súper natural de efectos especiales. Todo ese tránsito que se ve en la película del invierno al verano, del viento a las tormentas, realmente lo sufrimos en el rodaje, pero siempre con la fe de que la película rescataría del olvido y de la indiferencia el dolor y la sangre que ha corrido no solamente en este territorio sino en todo el país.

¿Qué los llevó de nuevo a La Guajira y a este tema?

La idea de conocerla y asumir lo desconocida que era, saber que era el origen de toda esta tragedia que no solo es la tragedia nacional colombiana sino también la latinoamericana, y saber que esto había comenzado en un periodo de tiempo y que había tenido un ascenso y una caída con un producto que ahora casi es legal en gran parte del mundo. En resumen: cómo ese inicio que había sido tan inocente para nosotros los colombianos marca un cambio tan radical en unas sociedades tradicionales y rurales a capitalismos brutales de corrupción, violencia, etc. Cuando conocimos esa historia supimos que queríamos contarla, tenía todos los ingredientes de las películas de gánsteres, violencia, negociación con la palabra, lazos de sangre.

¿Qué tan espiritual eres?

A mi vida le da sentido creer que hay fuerzas más grandes y poderes que son parte de nosotros.

¿Crecer en un hogar sin tantos recursos te hizo más soñadora?

Mi papá era campesino y no tenía zapatos y lo que siempre supo y nos inculcó a nosotros es que teníamos que estudiar para salir de un mundo de necesidades. Él era músico y después se volvió abogado, pero era del mundo del arte y la sensibilidad, un apasionado por la fotografía. Cuando él pudo tener su primera cámara, comenzó a retratar a mis abuelos y el mundo campesino. Cuando uno ve las memorias de un país, ve las familias, las ciudades, las clases medias también. En mi casa había películas de 16 mm de mis abuelos desgranando maíz. Sí hubo necesidades, pero también una forma de apropiarse del mundo a través del arte, la belleza y lo sublime que hace al ser humano el contacto con el arte.

Ciro y tú hacen una mancuerna profesional impresionante. ¿Qué le trajo él a tu vida?

Tantos proyectos. Creo que nos hemos encontrado para hacer realidad sueños, para crear. Tenemos una relación creativa supremamente fuerte y esta creación no está solo en nuestra obra, también en nuestros hijos. Nos juntamos siendo tan diferentes, con visiones muy distintas, para apropiarnos del mundo de una manera completamente diferente.

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