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CUENTO Y CRÓNICA

Publicado 23 mayo, 2016

Un amor que reposa para siempre en tus manos

Texto y fotos: Rafael Caro Suárez

Juanito sacude sus manos de arriba abajo y suelta una risa estrepitosa cuando la camarera les pregunta qué desean ordenar. Lourdes, su mamá, le indica con los dedos de la mano izquierda qué sabores de helado puede pedir: el índice es el chocolate, el corazón la vainilla, el anular el arequipe, y el meñique la mora. El chico volvió a sonreír y seleccionó, con delicadeza, el meñique.

Visto de pasada, no es fácil advertir el estado de parálisis cerebral de Juanito. En parte, porque su mirada diáfana y vivaz es capaz de taladrar hasta el alma más implacable: con sus ojos negros, por ejemplo, conquistó el amor de Lourdes Serrano Lobos, una fisioterapeuta que le practicaba terapias de rehabilitación motora y, tiempo después, se convirtió en su mamá. Desde hace siete años, cuando lo adoptó, son inseparables.

Ambos son la evidencia de que, cuando una madre ama de verdad, sus sentimientos van más allá de los lazos genéticos y de la sangre. A Lourdes la une el compromiso por querer y ayudar a este niño, débil y enfermo, pero lleno de chispa e inteligencia. “Todo se puede lograr con amor y dedicación. Para la muestra, el científico británico Stephen Hawking, que ha llegado tan lejos y es admirado por todo el mundo a pesar de padecer una enfermedad motora y neuronal mucho más compleja que la de mi hijo”, argumenta.

Desde que lo conoció en las instalaciones de La Casa de la Madre y el Niño, una fundación que protege a pequeños abandonados por sus padres biológicos –muchos de ellos en condición de discapacidad–, sintió que algo le llamaba poderosamente la atención de ese pequeño: «Cuando le empecé a hacer sus terapias –recuerda–, me di cuenta de que tenía una mirada muy inteligente, que estaba bien conectado a su entorno y, por tanto, tenía potencial».

Lourdes confiesa que siempre ha tenido inclinaciones hacia los débiles; tal vez por eso sintió un cariño especial hacia Juanito. Antes de adoptarlo, se empecinó en dedicarle tiempo más allá del ámbito laboral, por lo que solicitó permiso a la directora de la fundación para llevarse al chico los fines de semana a su casa, donde podría continuarle las terapias con mayor dedicación.

Una vez llegaban a casa de Lourdes, Juanito la miraba y le sonreía en señal de agradecimiento. Después de la sesión, la mujer lo alzaba para llevarlo a recorrer todos los rincones del hogar, hasta llegar al sitio favorito del niño: el jardín, donde al final de la tarde se sentaban a comer galletas. La rutina, que se convirtió en parte esencial de la vida de ambos, culminaba en amargos adioses dominicales, casi siempre precedidos por el llanto. Fue entonces cuando supo que jamás volvería a separarse de él: “¿Por qué lo adopté? Tal vez no quería que se lo llevaran a otra institución estatal, ni que lo adoptara alguna pareja extranjera. Por eso me quedé con Juanito”, relata.

Según la Subdirectora General del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Margarita Barraquer Sourdis, entre los años 2010 a 2016 se logró encontrar familias adoptivas para 10.684 niños, niñas y adolescentes colombianos. El reto más grande, según la funcionaria, fue hacer lo mismo con 4.673 de estos menores que presentaban características o necesidades especiales como la de Juanito, que hace más difícil encontrar padres adoptivos.

Protegido por La Casa de la Madre y el Niño, Juanito fue un niño expósito, abandonado por su madre biológica en el frío andén de un barrio capitalino donde, según indicaron las autoridades que lo recogieron antes de llevarlo al hogar del ICBF, estuvo varias horas aguantando el inclemente clima envuelto apenas en una cobija. La historia, que Lourdes rememora en voz baja, es un recuerdo que ella prefiere no aflorar en Juanito. “Me he encargado de borrar del alma de mi hijo las heridas que le dejó el abandono de sus padres biológicos. Con mi esposo siempre le hacemos sentir que nosotros jamás lo abandonaremos”, sostiene mientras el chico la mira, encantado, saboreando su helado de mora.

Descifrando códigos del alma

 

No es fácil cuidar a Juanito, pues demanda dedicación las 24 horas del día, siete días a la semana. Su parálisis cerebral fue diagnosticada como cuadriparesia espástica, que compromete la zona fonética y motora: no habla, tampoco camina ni tiene control de esfínteres, y la motricidad fina.

Aun así, el chico lo comprende y analiza todo. Esto motivó a Lourdes a matricularlo en el colegio distrital Alemania Solidaria Eduardo Carranza, donde la educación es incluyente: además de Juanito, también estudian otros niños especiales como Sebastián, que no camina pero habla bien, y Michelle, cuya comunicación verbal es limitada y tampoco puede caminar.

Cuando llega al salón de clases, montado en su silla de ruedas, los estudiantes lo reciben con un efusivo saludo a voz en cuello: “¡Juanito! ¡Juanito! ¡Juanito!”. Actualmente cursa el grado 1° de básica primaria, y ya sabe realizar operaciones aritméticas como suma y resta con la ayuda del ábaco; y aunque su aprendizaje es más demorado por no tener motricidad fina ni poder escribir, reconoce las vocales, los números, diversas figuras, tamaños, formas y colores.

Lourdes, que ya tiene encima una colección de abriles –es una mujer madura aunque bastante vanidosa, al punto de sonrojarse cuando le preguntan la edad–, bien podría dedicarse a la contemplación y al reposo ahora que es pensionada y sus hijos biológicos se fueron de la casa a vivir sus propias vidas. Sin embargo, Juanito le da nuevos bríos, y le ayuda a permanecer en forma. “Con él uno nunca para. Eso te mantiene llena de energía, activa y vigente”, sostiene. Su jornada comienza antes de las cinco de la mañana, cuando baña a Juanito, lo viste y le prepara el desayuno antes de llevarlo al colegio.

Pero no todo es trabajo y estudio. A veces van a las afueras de la ciudad para dar agradables paseos en cuatrimotos; o a pueblos vecinos como Villa de Leyva para caminar por senderos rurales provistos de vegetación y árboles frondosos. “En uno de esos paseos, Juanito divisó a un loro con el que sostuvo una curiosa ‘conversación’: Juanito le gritaba, y el pájaro le respondía”, evocó Lourdes.

Como la mujer valiente que es, Lourdes le ha enseñado a su hijo a aceptar los retos que la vida impone. Así fue como desafió la gravedad sobre la palma de la mano de un joven artista circense colombiano que trabaja en Francia, y visitaba el país por esos días. Una fotografía que guarda la señora en su teléfono móvil, es la evidencia del grandioso número de equilibrismo que Juanito, pese a su parálisis, logró culminar con perfección de profesional. El equilibrista le agarró tanto cariño al niño, que gestionó desde Europa la donación del coche que utiliza actualmente para movilizarse, cuyo valor puede oscilar entre los cinco y seis millones de pesos.

Pero el reto más grande para los dos ha sido establecer códigos claros de comunicación. Al no contar con el lenguaje verbal, el pequeño Juan utiliza sus manos y su mirada para hacerse entender. Poco a poco, con Lourdes estableció unas señales para expresar diversos estados de ánimo y necesidades: cuando quiere decir ‘cuchara’ se toma la mano en sentido longitudinal; ‘plato’ son las dos palmas de las manos extendidas; ‘libro’ las dos manos abiertas; ‘gafas’, los dedos en círculo alrededor de los ojos. Y cuando quiere comer se mete un dedo a la boca y luego se frota la barriga; y si quiere comer huevos, se toca la cola “porque las gallinas ponen huevos por ahí”, explica la mamá.

Tal vez la terapia más esperada de la semana es la visita a la librería Arte Letra, donde la dueña del establecimiento se encarga los sábados de leerle cuentos y relatos infantiles. “Siempre que pasamos por allí en carro, se emociona y señala el negocio como pidiendo que lo llevemos”, asegura.

Y aunque su mundo resplandece alrededor del chiquillo, no todos sus conocidos lo entienden así. “Me duele que me digan cosas hirientes como: ‘¿Por qué te encartas con esa criatura?’, ‘¿Cómo te metiste en eso?’, o ‘Debes estar pagando un castigo por algo malo que hiciste’. En fin, todo eso demuestra que es muy poca la gente que ve con buenos ojos la adopción de niños especiales”, exclama.

No obstante, a Lourdes poco le importan esos reproches. Para ella es más importante gozarse el amor de su hijo, ayudarlo a progresar en su desarrollo motor y estar a su lado para ver su constante evolución. Hace poco, por ejemplo, logró comer por sí sólo con una cucharada, y se sentó al borde de la cama sin asistencia de nadie.

Juanito estira los brazos a donde está sentada su mamá, y sonríe cuando ella le limpia el helado que le embadurna nariz y boca. Luego se van al parque, juegan un rato mientras Lourdes lo lleva de las manos, cuando una hoja cae despacio desde la parte más alta de la copa de un nogal, y se deposita en la mano de Juan. El chico la observa y se la obsequia a su madre. Ella la contempla, extasiada como si fuera un gran tesoro, y la guarda en su cartera. Luego saca un pañuelo para secarse una lágrima que escurre por su mejilla.

CIFRAS DE ADOPCIÓN EN COLOMBIA*

  • 4.505 niños, niñas y adolescentes que esperan una familia en hogares del ICBF.
  • 1.422 de ellos tienen entre 0 y 12 años, y 3.083 entre 12 y 17.
  • 1.833 tienen alguna discapacidad o condición especial de salud.
  • 6.140 jóvenes cumplieron 18 años esperando una familia adoptiva, y continúan en el ICBF.
  • 2.396 de ellos tienen alguna discapacidad o condición especial de salud.

*Fuente: Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF)

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