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Publicado 17 mayo, 2016

Las abuelas de la plaza de mayo: entre el horror y la esperanza

Por John William Archbold

Hace exactamente cuarenta años, Argentina iniciaba uno de los capítulos más oscuros y dolorosos de su historia: el proceso de reorganización nacional, régimen político instaurado por el dictador Jorge Videla, tras el golpe de estado militar perpetrado contra la presidenta María Estela Martínez de Perón. Dentro de este gobierno se desarrolló uno de los casos de terrorismo estatal más agresivos del mundo occidental. No solo se violaron sistemáticamente los derechos humanos y las libertades civiles de la población durante casi una década, también fueron desaparecidas alrededor de 30.000 personas que se oponían a las acciones de la dictadura.

Pero el crimen más aberrante, el acto de crueldad que mejor distinguió este gobierno de terror, fue la apropiación sistemática de menores por parte del estado. Cientos de mujeres embarazadas de la oposición fueron retenidas ilegalmente y ocultadas en instituciones del estado, siendo la más insigne la Escuela de Mecánica de la Armada. Allí fueron torturadas, al igual que sus esposos y compañeros sentimentales, muchos de los cuales fueron lanzados al mar desde aviones y mientras aún se encontraban con vida. Tras dar a luz, estas mujeres corrieron el mismo destino incierto que otros tantos, mientras que sus hijos eran dados en adopción a familias acaudaladas en el extranjero y otras cercanas al régimen, a los mismos que habían asesinado a sus padres. De ese modo, cerca de 500 niños perdieron su familia e identidad.

Las abuelas inician su lucha

En 1977 un grupo de madres de desaparecidos, cansadas de no saber qué había sido de sus hijos, decidió exigir explicaciones en la plaza ubicada frente a la Casa Rosada, sede de la presidencia nacional en Buenos Aires. Lo hicieron armadas únicamente de su valentía, con la firme convicción de que serían escuchadas si se hacían notar. Entre ellas estaban madres que tenían una doble angustia, ya que no sólo estaba la incertidumbre por sus hijos sino por sus nietos pequeños, o que apenas estaban por llegar al mundo. Así nació la organización de las Madres de la Plaza de Mayo. Estas madres que solo buscaban una explicación empezaron a ser perseguidas, instigadas y desaparecidas al igual que sus hijos.

Las que eran abuelas iniciaron a partir de entonces una lucha diferente, empezaron a reunirse públicamente en cafés y restaurantes fingiendo celebraciones, simulaban sonrisas y cantaban cumpleaños, al tiempo que trataban de organizar las listas de sus hijas y nueras embarazadas. Se convirtieron en tenaces investigadoras, que, arriesgando su vida y valiéndose de ínfimos recursos, lograron encontrar datos sobre la supervivencia de las chicas y el nacimiento de sus nietos. Con la información conseguida, empezaron a alzar la voz solicitando la ayuda de los medios internacionales, de organizaciones humanitarias e incluso la atención del papa Pablo VI. Peticiones que siempre llegaban a oídos que no estaban interesados en escuchar.

A finales de los años setenta, las abuelas lograron contactar a los primeros nietos desaparecidos, niños que habían quedado huérfanos de forma irregular y cuyos padres biológicos no pudieron establecerse. Con ello, captaron por fin la atención de los argentinos y del mundo. Tal es el caso de Tatiana Sfiligoy, una niña de cuatro años que junto a su hermana Laura de apenas semanas de nacida quedaron huérfanas tras el secuestro y asesinato de sus padres. Un matrimonio las adoptó sin saber su origen. Hoy Tatiana es psicóloga y activista de derechos humanos, frente desde el cual intenta colaborar para rastrear otros menores desaparecidos.

En los años ochenta Matilde Artes buscaba desesperadamente alguna pista de su hija Graciela. Ella había desaparecido con su esposo Enrique, cuando huyeron hacia Bolivia, tratando de escapar del régimen por pertenecer a un grupo peronista. Después de años de investigación, Matilde logró saber que su yerno había sido asesinado en Cochabamba y que su hija y su nieta habían sido capturadas y devueltas al país. En 1983, cuando se restituye la democracia, las cosas empiezan a cambiar, los horrores del régimen empiezan a descubrirse y sus cómplices empiezan a caer. Aprovechando esto, las abuelas investigan hasta saber que la niña, llamada Carla, había sido separada de su madre y entregada a un militar y su esposa. La denuncia de las madres logró por primera vez una orden de captura por apropiación de menores y la pareja se dio a la fuga con la niña cuando empezó a ser buscada por la Policía. Tras dos años de persecución, fueron capturados y Carla conoció a su abuela. Así se daba el primer reencuentro. Doña Matilde fue amenazada, por lo que tuvo que solicitar asilo político en España, donde vive con su nieta. En el año 2010 ambas regresaron a Argentina para declarar en contra del secuestrador, que no fue juzgado sino hasta el año 2006.

En 1978 Mónica Grinspon desapareció junto a su esposo. Estaban escondiéndose en Uruguay, pero una visita a Mar de Plata los puso en evidencia. Su madre, Elsa Pavón, no recibió sus últimas cartas, por lo que nunca llegó a saber que su hija estaba embarazada. Ella se acercó a la organización de las abuelas de la Plaza de Mayo, a través de la cual trató de buscar alguna noticia de su hija. Seis años después, la señora Elsa encontró casualmente una foto de una niña que le resultó idéntica a su hija Mónica cuando tenía seis años, y entonces se entera de que es una menor cuyo secuestro ha podido establecerse sin que existan datos de sus padres biológicos. Un análisis genético indicó que la niña era nieta de Elsa, y así Paula se convirtió en la primera nieta identificada y devuelta a su familia después de la dictadura.

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El siguiente nivel de Paulina Vega.

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